El periodista independiente Orlando Freire Santana (Matanzas, 1959), que vive y escribe en Cuba, está de paso por Miami, la ciudad fuera de la isla donde más coterráneos suyos hay por cada metro cuadrado. Con guayabera blanca de mangas cortas, desembarcó en el congreso de la Asociación para el Estudio de la Economía Cubana, ASCE (por sus siglas en inglés), que sesiona en estos días.
En el hotel Hilton, de Biscayne Bouleverd, Freire Santana tuvo que enfrentar el discurso de tres empresarias emergentes de las llamadas “reformas raulistas”, enviadas por el gobierno cubano al foro. Se trató de reunir opiniones de las dos orillas, más una tercera orilla representada por la voz de la disidencia interna, que ya el año pasado estuvo, aunque en menor cuantía, en el foro de ASCE.
El habitual colaborador de sitios en internet como Cubanet y Diario de Cuba, según comentó a quien escribe, tuvo que ripostar al empresariado oficialista –una peluquera entre ellas–, pues “pretendían dar un tono rosa, de avance, a la situación económica actual de Cuba”, en palabras del propio Freire Santana.
Él es economista de carrera, escritor de oficio y columnista habitual como manera prácticamente única de buscarse la vida y de mantener la de su hija; con el dinero “del enemigo”. No hay otra opción para quienes se han quedado a vivir, con decencia y honradez, en el desvencijado país. ¿De qué otra cosa podría vivir Freire Santana, cuyos artículos nunca serían publicados en medios oficiales de la isla, todos en manos del Estado?
Pero antes de estar “en la calle”, Orlando trabajó en la Biblioteca Nacional, a las órdenes del comisario cultural Eliades Acosta. Allí dirigió un bello proyecto que a fin de cuentas era un engaño: una biblioteca circulante llamada Club Minerva, cuyo fin era llevar al lector ediciones de actualidad (premios internacionales de literatura mundial), que por su costo en dólares el gobierno de la isla no podía asumir. ¡Qué risa!
Dice Freire Santana que la Biblioteca Nacional compraba unos pocos ejemplares en dólares a entidades que comercializaban esos títulos dentro la isla, para luego alquilarlos “a la gente de a pie” al módico precio de un peso, como si todo dentro de Cuba no fuera del mismo dueño. ¡A ver por qué el dueño no enviaba esos ejemplares directamente a la Biblioteca Nacional!
Dentro de los excelsos autores que circulaban en Minerva, podían estar incluso enemigos confesos de la llamada “revolución” si estos no eran de nacionalidad cubana. O sea, circulaba un Vargas Llosa, pero nunca un Cabrera Infante, detalle absolutamente ridículo y roñoso.
En la Biblioteca Nacional, un buen día se enteraron de que Freire Santana había ganado el Premio Novelas de Gaveta Franz Kafka, en 2008, con el libro La sangre de la libertad, y propusieron echarlo. Es un concurso literario que se maneja desde los canales de la disidencia política en Cuba. La sangre no llegó al río: lo dejaron en la institución, aunque resolvieron bajarle el salario a unos diez dólares mensuales. Freire Santana ganaba veinte.
Luego lo dejó todo con el gobierno y se instaló en las páginas digitales “de la otra orilla”. Está más tranquilo, se le ve feliz en el viaje de trabajo, aunque su vida allá sea totalmente ilegal. La legalidad con el gobierno comunista ya se sabe que es puro capricho.
Veamos, si se pudiera seguir la pista, lo que sucederá con el negocio de la peluquera que defiende las “reformas”.
Publicado originalmente en Neo Club Press