La nueva izquierda latinoamericana, que en cuanto llega al poder se hace vieja y caquéctica, trabaja por diferentes vías para instalar cualquier variante del socialismo real. Sus agendas y sus métodos son distintos y, a veces, contradictorios, pero hay una hermandad hereditaria que les pone el cuño y los une a través de los años: el triunfalismo y la desmesura.
Se puede apreciar con claridad ahora con las protestas de los brasileños. La presidenta Dilma Rousseff y el Partido de los Trabajadores han trabajado con eficacia contra la pobreza en ese país y a favor de la educación y la salud. Cada día más ciudadanos tienen acceso a las redes sociales y a la información abierta. Esa ventana les ha permitido ver las marañas de corrupción en las altas esferas y la dimensión de los beneficios a los que no acceden por el vicio del gigantismo y la politiquería de sus benefactores.
Las manifestaciones de Brasil le pasan la cuenta al Gobierno por las grandes inversiones en estadios para el Mundial de Fútbol del año que viene y en instalaciones para las Olimpiadas de 2016 en vez de levantar obras sociales para los marginados y desfavorecidos. Ese afán de grandeza deja a la señora Rousseff bajo el mismo síndrome del hombre que, a punto de ahogarse, fue compasivo y lanzó este lamento: Oh, pobre río Paraná, te estoy tragando. O el del editor que, cuando encalló un barco cerca de Recife, puso en primera plana: Crucero brasileño embiste continente.
Es la exageración, el sueño del esplendor y la gloria, una patología que, además de las fiebres del delirio, presentan un cuadro de mentiras y trampas. Con esos síntomas vino Nicolás Maduro a Europa a decirle al presidente francés François Hollande que Venezuela, dividida, en crisis económica y agobiada por la violencia, tiene todas las posibilidades de ser una potencia media en Latinoamérica.
El sudamericano, aunque con mucha competencia en la región, tiene un sitio importante a la hora de crear enemigos, transferir sus pecados y fabricar culpables. Así, le atribuye un comando aéreo de 18 naves de guerra a la oposición y advierte que un grupo de fascistas se prepara para envenenarlo lentamente.
Dilma Rousseff tiene pesadillas y se desvela. Nicolás Maduro es insomne.