LA HABANA, Cuba.- Las procesiones de la Virgen de la Caridad, Patrona de Cuba, transcurridas recién ayer 8 de septiembre en la isla, hicieron recordar con nostalgia a quien escribe este artículo la figura del papa Juan Pablo II.
Allá por los años 60 del pasado siglo, el entonces obispo auxiliar de Cracovia, Karol Wojtyla, fue el activista de los derechos de los habitantes de la nueva ciudad obrera de Nowa Huta, edificada en las afueras de Cracovia, a tener una iglesia consagrada a la Reina de Polonia, María, Madre de Dios, bajo la advocación de la Virgen Negra de Czestochowa.
Por ello, el futuro papa del milenio cristiano había celebrado la misa del gallo a la intemperie, más exactamente en un campo helado, todos los años que duró la negativa del gobierno comunista de Polonia a autorizar la construcción de un templo. En el año 1977 por fin estuvo lista la nueva iglesia, que tardó 10 años en ser levantada.
Después de celebrar la ceremonia de consagración, Wojtila, para ese momento arzobispo metropolitano, defensor civitatis como la tradición reconoce al obispo de Cracovia, pronunció un sermón distinto; como una “voz que clama en el desierto”:
“Esta ciudad no es una ciudad de personas que no pertenecen a nadie. De personas a las que se les puede hacer lo que se quiera, que pueden ser manipuladas según las leyes o normas de producción y consumo. (….) Esperemos que, en esta nuestra patria, que tiene un pasado tan cristiano y humanitario, estos dos órdenes –La luz y la Palabra de Dios, y el respeto por los derechos humanos- se unan de una forma más efectiva en el futuro.”
Años después, con su llegada al pontificado, lideraría una cruzada espiritual y cultural contra el totalitarismo; que fue un factor determinante para que en 1989 acontecieran liberalizaciones en toda Europa Oriental, estableciendo un nuevo orden democrático. Si bien Reagan y Gorbachov jugaron su papel histórico en esa revolución no violenta, Juan Pablo II fue la fuerza espiritual que hirió de muerte al comunismo.
Actualmente los cubanos ignoramos “por dónde van los tiros” del pontífice Francisco. Lo único que podría excusarlo de aparecer tan tibio a la hora de emitir una condena al modo de vida bajo el socialismo- comunismo, es el hecho de que no haya vivido él mismo bajo semejantes condiciones.
La vida bajo semejante modelo político y económico se torna mísera tanto en bienes como en aspiraciones y oportunidades. No, como intenta vender la propaganda oficial, a causa del embargo económico norteamericano o como resultado de errores de los planificadores económicos, cuya sola existencia viola las libertades fundamentales, sino que dicha escasez de bienes de consumo y de oportunidades para el desarrollo individual y de un proyecto de vida, son el principio esencial del funcionamiento del sistema.
Huelga decir que el Estado socialista-comunista basa su estabilidad en la eliminación de todo intento de movilización y de disentimiento político; y no, como creen los que no se han tomado la molestia de reflexionar, en la formula ideológica con que intenta legitimarse ante la opinión pública.
Resulta contradictorio escuchar al Santo Padre, ¡desde Cracovia!, decir a los jóvenes cubanos “No tengan miedo”, justo cuando las autoridades eclesiásticas en la isla parecen limitadas ellas mismas por temor a las represalias políticas del gobierno cubano, que ya han sido notables.
El trasnochado discurso gubernamental del derecho de soberanía y el nacionalismo, como justificación ideológica para infringir todos los daños que un poder ilimitado, discrecional y arbitrario ocasiona a los individuos, en nombre de la llamada “justicia social”, un fraude consistente en que el grupo en el poder determine cuales son las necesidades y distribuya las satisfacciones a que tienen derecho los miembros de la sociedad, tergiversando completamente los presupuestos de la condición humana y sus aspiraciones; en rigor, solo puede ser contrarrestado por un decidido discurso en defensa de los derechos humanos, de quien tenga autoridad para hacerse escuchar.
Sobre todo, porque la dignidad de la persona humana que promueve el catolicismo solo cobra significado público en el respeto de esos derechos por parte de los Estados. Siendo así que la violación que hace de ellos el totalitarismo califica como anti humanismo, anticristo en clave bíblica, específicamente porque priva a los seres humanos de la conciencia de su responsabilidad moral individual, inalienable como su libertad.
A la pregunta de cuál será la actual política del Vaticano con respecto a Cuba, la respuesta parece remitir más a la Ostpolitik de la Santa Sede que al legado extraordinario de JPII.
Dicha Ostpolitik impulsada en su día por Juan XXIII, autor de la encíclica Pacem in Terris (Paz en la Tierra) en referencia a la crisis nuclear desatada por la instalación de misiles soviéticos en nuestro país, y recordado por reunir el Concilio Vaticano II, estuvo inspirada en la máxima de “salvar lo salvable” como reacción a la política de los gobiernos comunistas de intentar ahogar la vida religiosa hasta provocar su extinción.
Fue el Secretario de Estado de la Santa Sede, Agostino Casaroli, el encargado de desarrollar la Ostpolitik en relación con los países del Telón de Acero. Pero dicha política por ella sola habría defraudado los anhelos liberalizadores de los millones de seres humanos víctimas del totalitarismo. Juan Pablo II, a diferencia de Casaroli, condenó semejante modelo político en aplicación de la facultad humana de discernimiento entre el bien y el mal. Lo más alarmante en todo esto sería llegar a la conclusión de que el papa polaco haya sido una excepción a la regla, o que el actual pontífice sea más empático, por su origen argentino, con la “Teología de la Liberación” de tendencia antiliberal, izquierdista, y que intenta hacer una interpretación del concepto de reino de Dios en la tierra expresado en el intervencionismo del Estado como poder disciplinario aplicado a la sociedad, para “erradicar la injusticia social, la diferencia entre ricos y pobres”.
De cualquier manera, surge una pregunta para la que aún los cubanos no tenemos respuesta: ¿la iglesia católica podría llegar a estar en paz con el comunismo por el solo hecho de que este no se presente como ateo?
Como venciendo al mundo, dígase la política, en los sueños de los cubanos está presente la Virgen de la Caridad. Pero no como la de las procesiones, tan fría y distante, tan parecida a una superstición; sino viva, paridora de Dios, custodiando el nombre de cada cubano violentado, física y espiritualmente en los cepos de la represión de la policía política que sirve a los amos del Partido único.
A la Virgen también llamada mambisa, protectora de los cubanos en el mar del Estrecho de la Florida, acompañante de los difuntos a esa otra dimensión donde no habrá llanto, oramos los cubanos. Y por el regreso de la ola democratizadora, del inolvidable papa Juan Pablo II.