(Francisco Almagro Rodríguez).- “This is war” (esto es guerra) se podía leer en algunos carteles en la Universidad de Berkeley, California, la noche del pasado miércoles. Automóviles quemados, piedras y palos contra la policía y barricadas cercaban los predios de una de las mejores universidades del mundo, donde la colegiatura, excepto las becas, es también de las más costosas a nivel global por su excelencia académica y sus centros de investigación.
El hecho viene a sumarse a una ola de protestas aparentemente desconectadas entre sí que se suceden casi desde antes que Donald Trump, asumiera como presidente 45 de Estados Unidos. Una buena parte de esta crispación se la debemos a la prensa, televisiva, radial y escrita. No han dejado de insistir en la mentira, el engaño, confundir: pero el presidente electo, hasta ahora, no ha hecho otra cosa que cumplir sus promesas electorales —nos gusten o no— en las primeras dos semanas de mandato.
Mucho revuelo ha concitado el famoso muro. La idea y la disposición no es de Trump, sino del Gobierno de Clinton, un proyecto inconcluso apoyado después en el Congreso por el expresiente Obama y la senadora Clinton. Es, además, un derecho de cada vecino cercar su propiedad cuando y como le dé la gana. Una alharaca ha provocado la exclusión de emigrantes de siete países musulmanes, no de todos, sino de aquellos que desde la administración Bush eran considerados “estados fallidos” y difíciles de escrutar por las agencias norteamericanas de inteligencia por su no cooperación. Por eso Arabia Saudita, una verdadera madraza de terroristas, no ha sido incluida.