MIAMI, Estados Unidos.- Ha sido una batalla cubana por el alma del presidente Donald Trump. Tal como se anuncia, este viernes sabremos si hay un real cambio de política hacia la dictadura de Raúl Castro, o si continuamos con el plan de salvación implementado por el presidente Barack Obama. Aunque sea por unas horas, podemos hacernos ilusiones de que vamos a empezar a hablar de cambio en vez de cambio-fraude.
Según se dice, Trump no ha tenido mucho tiempo para ver las propuestas. Considerando el panorama, sorprende que Trump tenga tiempo para venir a Miami. Cuba, por lo demás, viene a ser un problema menor en la agenda de Washington. Al celo de los legisladores cubanoamericanos, y de unos pocos aliados en la Casa Blanca y el Congreso, debemos la preeminencia del tema. Crucemos los dedos. Estamos frente a una última oportunidad de conseguir una política norteamericana capaz de poner a Raúl contra las cuerdas y permitirle un necesario conteo de protección a la oposición interna.
Raúl, quizás mejor que nosotros, comprende la fragilidad de la coyuntura. Crisis en Venezuela. Recesión en la isla. La verdad es que Raúl se pasó tres meses sin chistar. El discurso antinorteamericano apenas se elevó en voces de baja intensidad. La presidenta de la UJC, algún académico con su corbata recién comprada en un Dollar Store de Miami, los niños de plomo de La Colmenita. Paradójicamente, la discreción delataba el deseo. El ansia de la fatigada dictadura por entregárselo todo a los americanos. Por vender hasta la arena de Varadero. Por perpetuar el estado parásito bajo un contrato de estado vasallo. Pero Trump no daba señal.
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