El régimen de Corea del Norte (pueden agregarse o anteponerse todos los adjetivos insultantes que se prefieran) acaba de amenazar a Estados Unidos por la proyección de una película que, al tiempo que lo ridiculiza, trata de un posible atentado a Kim Jong-un, el tercero de la dinastía comunista que rige ese país desde hace más de seis décadas. El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores norcoreano dijo que la proyección en los cines de la cinta sería considerado un “acto de guerra” por su gobierno y que provocaría una represalia
A la noticia de esta declaración debería seguir —al menos en la radio y la televisión— un coro de chacotas y risas grabadas y algunas estruendosas trompetillas. La amenaza del régimen norcoreano a Estados Unidos es tan ridícula que no merecería la menor atención, si no fuese porque se trata de un Estado anómalo con una trayectoria demencial, una sociedad que sufre de paranoia colectiva inducida por la gestión totalitaria que medra de su propio aislamiento.
¿Saben los norcoreanos —gobierno y pueblo por igual— que un ataque de alguna importancia a Estados Unidos, sus posesiones o sus aliados significaría la obliteración de ese país fallido? ¿Tienen conciencia de que el lanzamiento de un solo misil atómico —aunque no alcanzara su objetivo o fuese destruido en el aire— equivaldría a su propia sentencia de muerte, a la aniquilación definitiva de su absurda existencia? Alguien debería advertirles, no sea que, intoxicados por su propio discurso, cometan una inmensa locura; aunque tal vez sea mejor esperar que la cometan, para hacer bueno, una vez más, el dicho de que Dios confunde a los que quiere perder.
A pesar de las catastróficas condiciones económicas, de la miseria endémica con hambrunas periódicas y de la incapacidad, típica de los regímenes comunistas, de generar prosperidad, Corea del Norte ha derivado cuantiosos recursos hacia la industria de armamentos y ha llegado a desarrollar la bomba atómica, lo que ha provocado la imposición de sanciones que, como un círculo vicioso, han servido para acentuar el empobrecimiento.
Corea del Sur que, por su parte, ha sido desde hace mucho una vitrina de la superioridad del capitalismo para generar riqueza y desarrollo, ha mostrado la generosidad —acaso por tener siempre presente el objetivo de la unificación del país— de ayudar a sus hermanos del norte, tanto con el envío de alimentos y medicinas como con la erección de un vasto complejo fabril donde laboran unos cincuenta mil norcoreanos.
Al régimen de Kim Jong-un, en el que algunos ilusos pusieron esperanzas de cambios al principio, parece irritarle la buena voluntad de los sudcoreanos: detrás de cualquier gesto de ayuda, que la pobreza le impide rehusar, sospecha que se esconde una conspiración o se enmascara un acto de espionaje, dando lugar a una contradicción que sólo cree resolver con un aumento de las tensiones externas y la amenaza de la guerra. Supone que la prosperidad de Corea del Sur la hace susceptible al chantaje, al tiempo que su discurso belicista sirve, de puertas adentro, como instrumento para mantener la sujeción.
¿Cómo podría escapar Corea del Norte de esa trampa en que voluntariamente se ha metido? Es muy difícil de pronosticar. Lo único predecible es que una situación tan crispada no puede mantenerse indefinidamente sin provocar un estallido que siempre ha de ser proporcional a la tensión acumulada. Es de prever también que el régimen tratará de convertir cualquier crisis de gobernabilidad en un conflicto externo. De ahí por qué otra guerra en Corea resulte un escenario con alto grado de probabilidad, al extremo de atreverme a afirmar que no ocurrir parecería contrario a la dinámica de la Historia.
La irritabilidad de los comunistas norcoreanos ante cualquier signo de irrespeto hacia ese régimen de belicosos monigotes marcha parejo con el fracaso de su desprestigiada gestión política, que sólo dispone del argumento bélico para que los tomen un poco en serio. Alguna vez, gastadas las amenazas, no tendrán más remedio que pasar a los hechos para que los pacientes gringos tengan que exterminarlos como a ratas rabiosas. Las noticias de hoy son adelantos de ese día.