MIAMI, Estados Unidos.- Cualquier reivindicación que logremos como emigrados en nuestro país de origen, por pequeña que pueda resultar, es motivo de regocijo para mí. A esta comunidad, de modo espontáneo o inducido (poco me importa), le dio por protestar ante la discriminación que el régimen de La Habana pretendía perpetrar en su contra y los ancianos parecen haber finalmente eliminado una regulación que jamás debió existir. El punto no es si viajar a Cuba es correcto o no, si utilizando los servicios de ese paquete turístico se apuntala al régimen o no; el punto es que los cubanos debemos contar con las mismas prerrogativas con que cuentan los emigrantes de este mundo; luego somos nosotros quienes soberanamente decidiremos si debemos “bojear” la isla u optar por no hacerlo. Tengo no pocos amigos que aborrecen las armas de fuego pero defienden como fieras la segunda enmienda; nunca empuñarán una pistola pero comprenden la importancia de arrebatarle el poder de decisión a la burocracia; esto se multiplica exponencialmente cuando hablamos de un sistema totalitario. Quizás no era este destartalado “barquito” y su mediocre producto turístico el punto donde debía iniciar al rescate de nuestros derechos, pero quiso el azar o quién sabe cuál maniobra que partiéramos de aquí; el problema es ese: verlo como punto de partida por imperfecto que pueda ser y no como pírrica meta.
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