Miriam Celaya/14ymedio – Con suma frecuencia, desde el extranjero suelen emitirse juicios de valor sobre lo que –con mayor o menor exactitud– han dado en llamar “crisis de la disidencia interna de Cuba”. Crisis que, de hecho, mencionan con tono de epitafio y con un regodeo tan prematuro como injustificado si tenemos en cuenta que la frustración y la inconformidad –bases primigenias de las que se nutre toda disidencia– han mantenido una línea ascendente en la Isla.
Ahora bien, la existencia de una crisis no necesariamente es un signo negativo. El nuevo panorama de la vida nacional y de las relaciones internacionales implica reacomodos y desafíos para todos los actores sociales, en especial para los que se mueven contracorriente bajo condiciones políticas francamente hostiles. En todo caso las crisis constituyen, a la vez que retos, oportunidades de crecimiento.
Estamos, entonces, frente a lo que para algunos grupos opositores será una crisis de crecimiento, en la medida en que sepan asumir el reto de redefinir sus estrategias y avanzar; o una crisis de extinción, si persisten en viejos métodos y conceptos que no parecen conducir a resultado alguno.
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