LA HABANA, Cuba, noviembre (173.203.82.38) – De forma extraordinariamente discreta, al extremo de que no se habló al respecto en los principales periódicos, se efectuó el VIII Encuentro Internacional sobre Comercio Exterior e Inversión Extranjera en La Habana, a mediados de octubre. En el mismo se trató sobre la exportación de bienes y servicios, pero muy en particular acerca del papel que deben desempeñar las Zonas Especiales de Desarrollo, proyectadas -según se ha informado- con una visión distinta a las extintas y fracasadas zonas francas creadas en los años 1990. La primera de estas zonas, programada a realizarse fundamentalmente en cooperación con Brasil, se construye en el puerto de Mariel, a unas decenas de kilómetros de La Habana, con una extensión de 400 kilómetros cuadrados.
Con esas Zonas Especiales de Desarrollo se procura fomentar las exportaciones y la atracción de capital extranjero bajo concepciones al parecer similares a las existentes en China, que tanto éxito han tenido en el progreso de ese país. Cuba tiene serios problemas con las inversiones. No es un secreto para nadie que desde inicios de los 90 existe un creciente proceso de descapitalización, agudizado en los últimos años.
La Formación Bruta de Capital Fijo (FBCF) en relación con el PIB fue del 9,4% entre 2002-2009, prácticamente la mitad del correspondiente a América Latina y el Caribe en igual período. Con tan bajo índice de FBCF no sólo es imposible ampliar la base productiva del país y progresar, sino que por efecto de la depreciación acelerada de los medios de producción, el poco mantenimiento y la imposibilidad de reponerlos, ocurre un proceso de autofagia de los medios, consumidos productivamente, y obsolescencia. En la práctica la desaparición paulatina puede observarse a simple vista en la superestructura nacional, fondo habitacional, parque industrial, equipamiento agropecuario, transporte e instalaciones de salud, educacionales, deportivas, y otras. Eso, además, ocasiona un continuo proceso de atraso tecnológico, por lo que el país es cada día menos competitivo en un mundo inmerso en un desarrollo vertiginoso, al calor de la revolución científico-técnica vedada para los cubanos.
Por ello, cualquier iniciativa promotora de la inversión extranjera y el contacto con el exterior, en principio, puede considerarse positiva. Sin embargo, en las condiciones cubanas el éxito de las Zonas Especiales de Desarrollo es poco probable, si al mismo tiempo se mantiene una economía totalmente bloqueada a las iniciativas de los ciudadanos, y en consecuencia, con bajo poder adquisitivo. Resulta imposible que pueda triunfar un esquema de desarrollo hacia el exterior, donde los ciudadanos no tienen acceso a Internet y faltan las garantías para el desarrollo de por lo menos una pequeña y mediana industria privada; todo lo cual se traduce en escaseces y en un terreno abonado para la corrupción.
Es cierto que los inversores extranjeros tendrán una fuerza de trabajo dócil y obediente, que necesariamente tendrá que contentarse con salarios de miseria, pero como contrapartida esa “ventaja comparativa” arrojará poco interés laboral y la indolencia de personas conscientes de carecer de futuro.
Por otra parte, en el mundo actual, hambriento de capital, los inversionistas extranjeros llegados a Cuba deben conocer que tendrán que traer casi todo, para producir en la Isla, incluida la comida, porque el país no tiene ni capacidad para alimentarse. Asimismo, deberán estar conscientes de que estarán a merced de las veleidades de un gobierno que muestra su verdadera naturaleza en la gestión que hace de la economía, donde bloquea abiertamente las iniciativas de los ciudadanos y el derecho a progresar. También estarán a ciegas en una nación donde se manipula y oculta las estadísticas nacionales, como ocurre ahora a pocas semanas de concluir el año 2011, cuando hasta se desconocen los datos del Comercio Exterior y las Cuentas Nacionales de 2010.
En las actuales circunstancias de bloqueo de las fuerzas productivas en Cuba es poco probable que las Zonas Especiales de Desarrollo tengan éxito. Resulta inviable mantener una economía absolutamente centralizada al interior y al mismo tiempo crear enclaves capitalistas para abrirse al exterior. Es pretender ligar el aceite con el vinagre, por lo que si no se emprenden reformas radicales en el conjunto de la economía, esas zonas alcanzaran iguales resultado que los de las fenecidas zonas francas: el fracaso.