LA HABANA, Cuba, noviembre, www.cubanet.org -Para muchos, la comercialización es el eslabón más frágil de la agricultura cubana. Se trata de una debilidad que con frecuencia impide la llegada de los productos a la mesa del consumidor, y al propio tiempo se constituye en un desestímulo para los productores. Por lo tanto, es lógico que hayamos recibido con cierta expectativa el nuevo Reglamento para la comercialización de productos agropecuarios— aparecido en la Gaceta Oficial Extraordinaria no.35—, el cual se aplicará de manera experimental en las provincias de La Habana, Artemisa y Mayabeque.
El Reglamento, que establece el aligeramiento de las estructuras intermedias que existen entre productores y consumidores, estipula tres modalidades para los mercados minoristas: los mercados gestionados por entidades estatales, que comercializarán sus renglones con precios regulados (o topados); los mercados gestionados por cooperativas no agropecuarias; y los actualmente denominados mercados agropecuarios de oferta-demanda, cuyos vendedores se prevé que pasen a la condición de trabajadores por cuenta propia, bajo la categoría de “vendedor minorista de productos agropecuarios”.
En el año 2014 el Estado va a fijar centralmente los precios de ocho productos: arroz, frijoles, papa, maíz seco, naranja, toronja, tomate y boniato. En ocasiones, cuando eso ha sucedido, esos productos dejan de venderse en los mercados de oferta-demanda, y solo se permite su venta en los establecimientos de precios topados. Además, no es raro que se tornen escasos, y que sobre ellos actúen la especulación y la bolsa negra.
A cualquier observador puede sorprender el hecho de que el boniato integre semejante lista, ya que ese tubérculo, a diferencia del resto de los productos relacionados, permanece todo el año en las tarimas y a precios más o menos asequibles. Entonces, con el ánimo de despejar esa y otras dudas, me encaminé hacia el mercado de Cuatro Caminos, uno de los más representativos de la modalidad oferta-demanda en la capital.
Allí me encontré con Tony, el tarimero al que acudo todas las semanas en busca de viandas y frutas. Lo primero que me dijo fue que, como casi siempre ocurre, encontró algo confuso el texto del Reglamento. Y acerca de la inclusión del boniato en la lista de precios topados para el 2014, no le halla una explicación lógica. “A ver, por qué incluyen el boniato, y no la malanga o el plátano vianda, que son más deficitarios”, se preguntó Tony. Ambos coincidimos en que el Gobierno estuviese previendo una merma en la cosecha de boniatos para el próximo año, y se aprestara a tomar medidas contra la especulación.
En cuanto a su futura conversión en trabajador por cuenta propia, Tony se mostró escéptico. Por una parte, le complace saber que va a tener algún estatus. Porque ahora, como tarimero del mercado, permanece en una especie de limbo jurídico: no es trabajador estatal ni cuentapropista. Paga un impuesto diario por el uso de la tarima, pero no tiene acceso a la seguridad social, ni a otros derechos laborales. Sin embargo, Tony les teme a los impuestos que pagan los cuentapropistas, a la Declaración Jurada de fin de año, y sobre todo, a la inestabilidad en el accionar de los gobernantes. “Con esta gente nunca se está seguro. Aquí, en vez de haber leyes, lo que parece existir es el capricho de las autoridades”, concluyó Tony.
Al marcharme del agromercado, sin que Tony lograra despejar el misterio del boniato, mi curiosidad había aumentado.