LA HABANA, Cuba, diciembre (173.203.82.38) – Ana Luisa Millares, holguinera de 43 años, lleva menos ocho viviendo en un barrio de la capital. Nadie se explica cómo, en tan poco tiempo, le pusieron una línea de teléfono y le asignaron una misión en Venezuela. Regresó cargada de equipos electrodomésticos y dinero suficiente para, en menos de 12 meses, construir su casa.
Sus vecinos están molestos con el aumento del nivel de vida de la señora Millares. Muchos no han logrado en su vida la mitad de lo que esta mujer consiguió. En tono de desprecio y a sus espaldas, la llaman “la palestina”, apodo con el que los nacidos en la capital llaman a las personas provenientes del oriente del país.
La migración, principalmente del campo hacia la capital está determinada, en primer lugar, por la diferencia en el desarrollo económico y social de las provincias del país. Por otra parte, el gobierno suple con los orientales, la fuerza de trabajo en los oficios que los capitalinos rechazan.
Del tema se habla poco o nada. Hasta hoy ningún análisis sociológico explica el porqué del recelo de los habaneros respecto a los orientales. Incluso normas legales impuestas por el gobierno para frenar la migración hacia la capital, como el Decreto 217 del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, refuerzan ese sentimiento de repudio.
Algunos explican el asunto con hechos históricos. Según dicen, cuando los guerrilleros, en su mayoría orientales, llegaron a La Habana en enero de 1959, destruyeron la capital. Convertidos en grupo dominantes se hicieron de los mejores inmuebles de la ciudad, para ellos y cada uno de sus familiares. Desde entonces, como canta la agrupación musical los Van Van, “La Habana no aguanta más”.
Entre los habaneros existen otras hipótesis para explicar esta situación. Algunos opinan que es un problema de idiosincrasia; asegura que los orientales, por lo general, son incondicionales al gobierno; pero a la vez los más hipócritas.
Ana Luisa, para evitar la furia de los inspectores del departamento de enfrentamiento a las ilegalidades de la Dirección Municipal de Vivienda, asumió la presidencia del Comité de Defensa de la Revolución.
Muchos alegan que los principales dirigentes del gobierno se nominan y eligen por los territorios orientales, de donde proceden. También es una realidad que los orientales integran mayoritariamente la principal fuerza de represión de la ciudadanía en la capital: la policía. Oficio rechazado por los capitalinos, incluso desde antes de que triunfara la revolución.
El hecho fue reconocido por Raúl Castro en la clausura de la primera sesión parlamentaria del año 2008, cuando afirmó que “si no vienen los orientales a cuidar a los habaneros, empiezan a incrementarse los robos”. Frase que tiene más de una interpretación.
En realidad es el propio gobierno quien fomenta la migración desde otras regiones hacia la capital. El propio Castro preguntó: “¿Quién va a construir en La Habana si no vienen de casi todo el país, y muy especialmente de Oriente, los constructores? Hasta maestros hay que traer de las provincias del interior y sobre todo de Oriente. Y la capital creo que es la que mas habitantes tiene”.
Esta situación ha determinado que en La Habana los ciudadanos oriundos del oriente del país sean más vulnerables desde el punto de vista social. Incluso algunas actitudes pueden calificarse de xenófobas. En el asunto el gobierno tiene la mayor responsabilidad. Por una parte frena la migración vulnerando los derechos fundamentales de estas personas, y por otra, la estimula, según su conveniencia.