LA HABANA, Cuba, marzo (173.203.82.38) – Ayer le jugué una broma al vendedor de bolsas plásticas del pueblo, un anciano al que llaman “guaca guaca”. Fue triste que la haya creído, pero también que la creyeran Monono, Luis, Ñico el pintor, Tato y otros desempleados que pernoctan diariamente en el parque de Jaimanitas.
Estaban sentados en un banco, comentando la noticia del periódico Granma: Cuba acusaba a Estados Unidos de desatar una ciber guerra, a través de internet. “Guaca guaca” leía en voz alta los argumentos del editorial, pero el grupo se quedó en China, porque no entendía qué es Twitter, Facebook, Google, y tampoco comprendían qué daños podían ocasionar una computadora o un teléfono. En ese momento irrumpí en el debate, celular en mano, y les expliqué que lo último del momento era el Wi-Fi, que filmaba y transmitía directamente por internet para todo el mundo.
Seguían sin entender ni papa, y les comuniqué de inmediato que iba a hacer una prueba; saqué mi teléfono móvil para mostrarle el mundo a “guaca guaca”. Encendí el aparato, lo mantuve enfocado mientras miraba el secundario del reloj dar una vuelta completa a la esfera.
Durante el minuto de supuesta filmación, observábamos al vendedor de bolsas con el periódico en la mano. Guaca miraba asustado el celular. Cuando lo apagué, les dije que ya “guaca guaca” estaba navegando por internet, mientras leía la prensa. Todos lo creyeron. Guaca se acercó a mí, me pidió, por favor, que lo borrara, no quería que lo vieran así en el mundo, desarreglado.
-Ya no se puede –le dije-, a estas alturas medio planeta te ha visto, y con sólo pinchar el sitio la otra mitad podrá verte cuando quiera.
Insistió en que hiciera otra toma. Se peinó, se arregló la camisa, se alisó el bigote. Le dije que sería un video aburrido de esa forma, que era mejor el otro, leyendo el periódico, despreocupado ante su público de desempleados, que para eso, y no para otra cosa, era el Wi-Fi.