LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -Las pasadas votaciones no constituyen noticia, pero son una clave inusual, y la más sólida, por cierto, de deslegitimación del totalitarismo. Si el gobierno cubano logró un reforzamiento táctico con su presidencia de la CELAC, la sociedad alcanza un grado más en su camino de homologación hemisférica: ya tiene minoría política en términos sociológicos. Y todo en un mes de febrero cabalístico para la historia de Cuba.
Esta minoría decidió convertir el ejerció del voto en unas elecciones democráticas negativas. La niña que hablando con el Presidente, en el Segundo Frente Oriental, allá en Santiago de Cuba, le dice sorpresivamente, frente a las cámaras, que su padre no va a votar porque no quiere verle, es la expresión inocentemente incorrecta de una tendencia sociológica que afecta al régimen cubano de manera estructural: la diferencia política viene desde abajo y desde adentro de la sociedad, pero sin representación jurídica e institucional.
Que es una tendencia y no una mera expresión de descontento, puede verse a partir de lo mismo que caracteriza la formación de cualquier tendencia: su gradualidad, su carácter sostenido, su irreversibilidad y su eterno retorno.
Si las votaciones de octubre de 2012 sorprendieron a unos cuantos por el crecimiento de la minoría, las del 2013 confirman el hecho fundamental de que un segmento creciente de cubanos, de todos los estratos, no tiene espacio reconocido en el interior del régimen. Sin distinguir entre los que tienen en la escala superior de la sociedad y los que no tienen en su escala inferior. Lo que es más importante porque toca a otra columna de legitimidad: la representatividad ideológica del régimen.
Claro, esta es una lectura lineal que obliga a unos cuantos matices. Una minoría que sale a la luz en Cuba tiene un impacto estremecedor sobre el sistema político. Por varios motivos. Ante todo, las revoluciones instituidas son glotonas: quieren toda la comida y a todos los comensales. Tolerar alimentos (electores) que se comportan como huéspedes de la revolución, equivale a permitir, a la larga, la confección de otro menú y la creación de otra mesa dentro del sistema político.
Por otro lado, la existencia de una minoría pone más en evidencia, al tiempo que debilita, los mecanismos coactivos del Estado. A diferencia de Bolivia y Ecuador, el voto en Cuba no es obligatorio. Motivo por el cual los mecanismos de compulsión están mejor instituidos: desde el toque a la puerta de los pioneros hasta la presión económica, pasando por el acceso a los privilegios para culminar con la presión moral del panóptico cederista.
Si a pesar de todo ello, un millón 200 mil ciudadanos deciden pasar la barrera, significa que la tensión entre el miedo psicológico y la expresión cívica de la autentica voluntad política se va disipando a favor de esta última. Y ello implica esto otro: el voto positivo al régimen como máscara de esa tensión latente.
Si contamos con las irregularidades instituidas en el sistema de votación cubano, podemos presumir que esta minoría es algo más gorda. ¿Cuáles son esas irregularidades? Votar con lápiz es una de ellas. Es la anti garantía por excelencia, al facilitar el fraude. Otra es la falta general de escrutinio a las 6 de la tarde. Ningún proceso de elección o votación respetable se produce sin escrutinio. El asunto no es si las votaciones cubanas incorporan o no el escrutinio. Por supuesto que lo hacen. El problema es que pocos ciudadanos acuden a los colegios electorales al cierre para verificar la transparencia del proceso.
Y como esto viene ocurriendo así desde hace mucho tiempo, crea las condiciones para el llenado de boletas en blanco, o la votación múltiple al cierre, como le llama un amigo, por parte de los contadores de votos.
En los últimos años, muchos ciudadanos honestos se han venido quejando de esta votación extraña a las 6 de la tarde. Conozco un caso en una Mesa Electoral del Surgidero de Batabanó, con los ciudadanos María del Carmen Guerra Verdecia y Lázaro William Guerra Verdecia, cuyas boletas aparecieron llenas, sin su consentimiento, a la distancia de 60 Kilómetros de donde se encontraban.
Y esto se produce así, no tanto por la deshonestidad personal de los activistas de la “democracia más ejemplar del mundo”, como por una rara especie de fraude sistémico instalado en el régimen. Hay una emulación entre los órganos municipales del partido comunista para reportar a las instancias superiores la menor cifra de abstencionismo, votos en blanco o votos nulos posibles. Lo que lleva a arreglar la mayor cantidad de votos negativos a pie de urna.
Estos son los detalles de un demonio político que crece y es sacado a la luz por un millón 200 mil ciudadanos ausentes al conteo de un régimen plebiscitario. La cuestión ya no es si el disenso político es legítimo -lo es siempre que se haga una lectura rigurosa de la Declaración Universal de Derechos Humanos-, sino cómo articular la creciente legitimación de ese disenso que cuenta con el respaldo de la minoría que regresa calladamente al espacio civil. Las apuestas corren ya por la sociedad.