LA HABANA, Cuba, marzo (173.203.82.38) – Es cierto que los cubanos, en nuestra querida isla, no tenemos calores asfixiantes, montañas de hielo que se derriten, lluvias diluvianas, inviernos que matan, tsunamis de diez metros de altura, ni terremotos violentos.
Vivimos tranquilos. Somos felices. Cada día llevamos algo a la barriga, aunque no sea nada importante.
Somos tan felices que hasta podemos sentarnos a contemplar la pantalla y el teclado de nuestras computadoras, que a veces nos parecen un sueño. No importa que se trate de un sueño mudo, sordo, ciego, incapaz de alcanzar largos espacios geográficos, traspasar océanos, visitar pueblos y ciudades, decirnos lo que ocurre en el mundo que habitamos.
¿Quieren vida más apacible y despreocupada que la de aquel que lo ignora todo y posee una computadora conforme con su destino? Es como si viviéramos dentro de una burbuja para que nada nos abrume o inquiete.
Somos dichosos. Alguien se compadece de nuestra ignorancia, de nuestra incultura, de nuestro atraso, de nuestra barbarie y con mucha frecuencia, como un buen padrecito, nos hace saber a través de sus Reflexiones lo que ocurre más allá de nuestras orillas. Hay que agradecerle la información. También sus opiniones, que como buenos ciudadanos obedientes, debemos asumir.
Que no nos parezca insólito que Internet, potro salvaje de las nuevas tecnologías, pueda y deba ser dominado por nuestro amable Padrecito; porque vivir sin Internet es ver pasar la vida sin angustias ni sobresaltos. Conformémonos con Él, experto vocero de la comunicación y la información.
Afortunadamente, es posible que en menos de cuatro años mi computadora reviente de emoción al recibir una avalancha de información y, justo cuando yo cumpla 75 años, ya convertida en una persona normal, de carne y hueso, como el resto de la gente del mundo, pueda sufrir y gozar enterándome de los avatares del siglo XXI.