GUANTÁNAMO, Cuba, junio, 173.203.82.38 -Como si fuera poco el malestar que provoca la canícula, una virosis- o varias- mantienen en vilo a la población guantanamera, y repletos los cuerpos de guardia de los hospitales y policlínicas de la ciudad. Fiebres agudas, dolores articulares y en el abdomen, punzadas en los ojos y hasta vómitos, son los síntomas principales de esta enfermedad que se ha extendido vertiginosamente por la ciudad. Existen también personas ingresadas por neumonía, una enfermedad que, según recuerdo, sólo era habitual durante el invierno.
Deseoso de profundizar en las causas de esta situación conversé con dos médicos y ambos concluyeron que en la rápida propagación de esta virosis influyen varios factores, siendo el más importante el estado deprimido del sistema inmunológico pues la población carece de respuestas lo suficientemente fuertes para contrarrestar estas enfermedades debido a la deficiente alimentación y a la elevada capacidad para mutar que poseen esos virus. Otro factor que contribuye a la propagación de las enfermedades es el estado de hacinamiento en que trabaja y vive la mayor parte del pueblo, el uso preponderante de medios de transporte público llenos de personas y la costumbre que tenemos los cubanos de estamparle un beso en la cara a cualquiera, encimarnos sobre los otros o estrecharles las manos aún a sabiendas de que padecemos una enfermedad contagiosa. Las autoridades sanitarias advierten mediante anuncios sobre las medidas indicadas para prevenir estas enfermedades y la conveniencia de permanecer en casa cuando padezcamos alguna de fácil propagación pero es otra mala costumbre nuestra continuar la vida laboral y social como si nada ocurriera. En el colmo de la negligencia llegamos hasta a anunciar como una gracia que tenemos la virosis luego de estamparle un beso a nuestro interlocutor.
A lo expuesto se une la falta de higiene en nuestras calles y en lugares donde se venden alimentos, algo que debería recibir la atención constante de los inspectores que laboran en los servicios comunales y en las áreas de salud pública y gastronomía. En Guantánamo es común constatar en las calles de barrios algo alejados del centro de la ciudad la acumulación de basura y aguas pútridas sobre las tuberías que suministran el agua potable, las cuales, no pocas veces, presentan roturas que pueden propiciar la entrada de gérmenes contaminantes en las personas. Algunas veces estos hechos han ocurrido en zonas céntricas de la ciudad como la calle Pedro A. Pérez entre Paseo y Jesús del Sol, San Lino y Ramón Pintó o Calixto García y Narciso López, porque no existe un mantenimiento permanente del alcantarillado ni solución inmediata a las roturas de tuberías y desagües. Concomitante con lo anterior está la escasez de jabones de lavar y de baño, la cual se ha acrecentado durante los últimos meses y se ha extendido por momentos, incluso, a las áreas de venta en CUC (divisa).
Desprovista de la posible ingenuidad del besuqueo antes mencionado marcha la indisciplina social, la cual, atendiendo a la inexistencia de medidas para enfrentarla amenaza con convertirse en un fenómeno peligroso y una posible fuente de violencia, amén de que ya es motivo de alarma entre los ciudadanos que han hecho de la decencia y el buen comportamiento normas ineludibles de conducta.
A modo de ilustración diré que el reparto Pastorita, ubicado en el noroeste de Guantánamo, es un lugar de intenso tránsito peatonal, sobre todo durante el día. Años atrás resultaba extraordinario hallar en medio de la vía o alguna de las áreas verdes aledañas un saco con restos de animales o vegetales en descomposición; hoy eso es algo cotidiano, sobre todo en los alrededores del Agromercado “El Guararey” y del círculo infantil “Los zapaticos de rosa”. También es posible que ante la ausencia o tardanza del servicio recolector de basura cualquier vecino se encuentre temprano en la mañana, al salir a comprar el pan, con un cúmulo de basura frente a su vivienda o que descubra algún excremento en el centro de su portal. Esto no es ficción escatológica, sino pura realidad.
Hace un mes, aproximadamente a las tres de la madrugada, en una zona céntrica de la ciudad, alguien comenzó a descargar escombros frente al portal de la vivienda de una familia. La doña de la casa, una persona de más de ochenta años, se asomó por la persiana e increpó al sujeto, pero éste le respondió desvergonzadamente que echaría allí otro vagón y se marchó rápidamente. El individuo no regresó, añado que para su bien y el del sueño de los vecinos de la cuadra pues la doña, que es de armas tomar, despertó a sus dos hijos y se armó con un trapeador de aluminio por si al transgresor de las buenas costumbres se le ocurría cumplir con su amenaza. Los tres permanecieron vigilando hasta que sobre las cuatro y treinta de la mañana, desvelados, los hijos decidieron colar café -pues este mes se vendió a tiempo en las bodegas- y ponerse a ver la televisión. La doña perseveró en la vigilia junto con su trapeador de aluminio hasta que amaneció. Así vivimos.