LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -Una máxima muy recurrente en el béisbol reza que los juegos los ganan los peloteros, pero los pierden los managers. La sentencia podría ser aplicada por estos días, a raíz de la derrota del equipo cubano ante Holanda, y la imposibilidad de avanzar a la etapa semifinal del Tercer Clásico Mundial, a efectuarse en la ciudad norteamericana de San Francisco. Sobran los ejemplos de managers cubanos que vieron tronchadas sus carreras deportivas debido a derrotas internacionales.
Servio Borges, aquel desconocido seleccionador, de academia, que jamás había pisado un terreno de pelota, llenó toda una época en el béisbol cubano. Debutó como director en 1969, cuando Cuba venció a Estados Unidos en el campeonato mundial celebrado en Santo Domingo. Ese triunfo y otros que consiguió posteriormente cuando Cuba les ganaba con relativa facilidad a sus rivales -los peloteros profesionales aún no estaban autorizados a participar en esos certámenes- le permitió dirigir al equipo nacional hasta el año 1982, fecha en que el equipo cubano, de manera inesperada, perdió contra República Dominicana en los centroamericanos de La Habana. Se acabó Servio Borges.
Alfonso Urquiola, el estelar camarero de los equipos pinareños, jamás olvidará el 2011. A principios de ese año, Urquiola condujo al equipo de Pinar del Río a ganar la serie nacional de béisbol. Esa victoria indujo a los dirigentes de la Comisión Nacional de ese deporte a nombrar a Urquiola como director del equipo cubano que enfrentaría dos eventos de suma importancia: la Copa Mundial de Panamá, y los Panamericanos de Guadalajara. En Panamá, el equipo cubano fue eliminado al perder dos veces ante Holanda, mientras que en la ciudad mexicana se tuvieron que conformar con la medalla de plata -algo casi humillante en Cuba si de béisbol se trata- al perder frente a la novena de Estados Unidos. Tan fuerte fue el impacto de estas derrotas, que el manager cubano renunció a seguir dirigiendo el equipo de Pinar del Río. Nada más hemos sabido de Alfonso Urquiola. Es como si la tierra se lo hubiese tragado.
El mito de Víctor Mesa comenzó el año pasado, cuando llevó al equipo de Matanzas, tradicional sotanero en nuestras series nacionales, al tercer lugar en el mayor evento de la pelota cubana. Este año, tras celebrarse la primera mitad del campeonato, y manteniendo su ritmo dinámico de dirección, Mesa condujo nuevamente a los yumurinos a clasificar para la primera división del certamen. Entonces fue un criterio casi unánime que el carismático y explosivo ex jugador podría trasmitirle a la selección nacional la “combatividad” y el tesón necesarios para triunfar en la arena internacional.
Fue así como, desde que comenzaron los preparativos para la participación cubana en el Tercer Clásico, se designó a Mesa como manager del equipo. Y no solo eso, sino que recibió amplias potestades para escoger a los peloteros. El optimismo del flamante manager era desbordante. Mientras la mayoría de los entendidos ponían en duda el avance de Cuba más allá de la segunda ronda clasificatoria, él aseguraba que el equipo llegaría a la semifinal en San Francisco.
Sin embargo, la realidad, vestida con uniforme holandés, le jugó una mala pasada al inquieto Víctor.
De nuevo los europeos se atraviesan en el camino de los cubanos. Primero le ganaron un juego de preparación, y después, en el calendario competitivo, vencieron dos veces a los de Mesa para mandarlos de vuelta a casa.
Ignoramos cuál será el futuro de este manager. Si tendrá ánimos para reasumir la dirección del equipo Matanzas, o seguirá los pasos de su predecesor Urquiola, y desaparecerá de la escena beisbolera nacional. Por lo pronto, una verdad ha quedado clara: El problema del béisbol cubano no es de managers, sino que precisa de un cambio radical en su estructura.