LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – Interpretar la realidad cubana sin la ayuda de un manual de psiquiatría, es difícil. Todo está marcado con el sello de la irracionalidad y el desparpajo.
Dos hechos que marcan el deterioro social en del país, son la vulgaridad de las conversaciones interpersonales, y la utilización de los equipos de audio para aporrear los tímpanos del vecindario sin consideración alguna. Un amable requerimiento ante la agresión sonora podría derivar en una respuesta atiborrada de obscenidades y hasta de amenazas de muerte.
Hace unos días un vecino llamó la atención a una señora que dejaba a sus tres perros hacer sus necesidades fisiológicas en plena vía pública. Y recibió una agria reprimenda.
“No le bastó con ofenderme con las peores groserías a grito pelado delante de la gente. También recibí unos cuantos empujones y el calificativo de extremista y chivato”, explicaba mi vecino, determinado a no volver a tropezar con la misma piedra. “Lo peor es que la mayoría de las personas que observaban el incidente se pusieron de parte de la mujer. No sé adónde vamos a llegar”.
Arrojar por ventanas y balcones el agua utilizada en la limpieza del hogar, colillas de cigarros, almohadillas sanitarias usadas, son acciones practicadas con sorprendente naturalidad en los barrios de la capital. La proliferación de estos actos define la descomposición del tejido social.
“La élite verde olivo intentó crear un paradigma de comportamiento humano, superior a lo que se había logrado bajo la sombrilla del capitalismo, pero la vida demuestra, con creces, que hemos retrocedido. Los arranques populistas y el igualitarismo sentaron las bases para levantar un muro de mediocridad que no va a ser fácilmente demolido. Cuba se ha convertido en una leonera”, sentenció un profesor universitario que, atinadamente, no quiso identificarse.
Al margen de subjetividades, hay que admitir de manera explícita la necesidad de retomar muchas de las normas que prevalecían antes de 1959. Una mirada al vocabulario y la gestualidad empleados por la mayoría de los jóvenes (varones y hembras) a la salida de cualquier escuela, basta para comprobar que las conductas que operan en detrimento de la civilidad, tienen garantizado el relevo.
La nación está enferma. Millones de sus ciudadanos también. Aparte de urgentes remedios económicos y políticos, nos hace falta un ejército de psicólogos y psiquiatras.