LA HABANA, Cuba, julio (173.203.82.38) – Al humor en la televisión cubana está ocurriéndole lo mismo que a la suegra que enterraron bocabajo: mientras más empuja para salir a la superficie, más se hunde.
La programación del verano se ha bajado con una chorrera de espacios humorísticos que, por su número, no tiene precedentes en la historia, al menos la del último medio siglo. En verdad debiéramos agradecer tanto esfuerzo por intentar hacernos reír (en nuestras circunstancias, nada menos), pero desafortunadamente la moraleja, mucho más que graciosa, resulta descorazonadora.
Es como si estuvieran restregándonos en la cara que para reír como es debido, o sea, diáfanamente, pero a la vez chupándole filosofía al divertimento, no nos queda sino seguir participando en esas mecas del ingenio que son las colas en la bodega, el agro mercado, o seguir asistiendo a los velorios, a las broncas del barrio, o a los ditirambos del borracho y a las galas solemnes.
Entre el chiste de gordo calibre, ese que vemos venir desde que dobla la esquina, y el pujo culterano, que ni divierte ni enseña, se está yendo aquí por el tragante la voluntad de perfeccionar el socialismo también en el humor para la televisión.
El aumento del número de actores (pocos buenos, muy pocos magníficos, la mayoría payasos descerebrados), guarda perfecta proporción con la merma de auténticos disparadores de la creatividad y del real atrevimiento en clave de humor.
Y por favor, que nadie se aburra a priori: prometo no volver a citar a Jorge Mañach. Tampoco voy a recontrarepetir que el humor es algo muy serio. Tal vez de tanto llevar y traer esa afirmación es que terminamos restándole seriedad a la seriedad del asunto, hasta convertir la seriedad en peso muerto del humor.
Algo muy serio, y además penoso, ha sido, por ejemplo, el retorno de Virulo a nuestra televisión. A los que alguna vez apreciamos sus guarachitas, nos ocurre hoy como a esas viejas que han vivido 50 años añorando encontrarse con el primer amor de su adolescencia. Y cuando al fin lo ven, arrugado, temblequeante y sin pelos, caen en desbarranque por el oscuro farallón de Hamlet: O él no es él –monologan con decepción-, o yo nunca fui lo que creía ser.
Dado que ciertos grupos de creadores de los 80 (la única buena cosecha de humoristas que, salvo excepciones, tuvimos en tiempos de revolución), consideraron a Virulo “El ministro del humor”, por su labor como representante y un tanto como abogado, entonces debe haberle ocurrido lo mismo que a los demás ministros, a quienes el cilindro de los años les pasó por arriba sin que se enterasen.
Vaya, que luego de ser una cosa muy seria, el humor –o quizá sea mejor decir el destino del humor en la televisión cubana- sufre amenaza de quedar convertido en ese melodrama que, según cierta frase famosa, es comedia sin gracia, verdaderamente risible pero a la vez tan triste que te congela la risa en los labios.
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