LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -El 4 de agosto de este año se conmemorarán cien años del nacimiento de Virgilio Piñera, escritor que se ha convertido en uno de los monolitos más visibles y sólidos de la cultura cubana. Su obra como dramaturgo, novelista, poeta, cuentista o ensayista, ha alcanzado tanta importancia que ya ninguno de sus detractores vivos tendría suficiente ánimo para impugnarla.
Aunque la obsesiva fijación con el pasado suele ser inútil y, en general, patética, el caso de Virgilio Piñera —uno de los más notorios entre muchos otros— fue tan significativo que sigue en plena vigencia, pues estamos hablando no de un pasado perfecto, sino de un pasado muy presente.
El gobierno que condenó a ese y a otros escritores a tan “extraña latitud”, a aquella “muerte civil”, sigue siendo en esencia el mismo, aunque haya cambiado su estrategia. Su política cultural sigue siendo la misma en lo primordial, a pesar de que no aplique hoy iguales procedimientos a los que utilizó en los años 60 y 70, como tampoco son idénticos los métodos con los que combate ahora a aquellos que tacha de “contrarrevolucionarios”.
Teniendo en cuenta que ya no disfruta de la misma comodidad para reprimir que disfrutó antes, el gobierno ha optado por una apariencia “reformista” y por un terror revolucionario de supuesta “baja intensidad”.
Es posible que si el Virgilio Piñera de los años setenta viviera en esta época, podría, siempre que no se pronunciara explícitamente contra el poder, publicar sus obras en Cuba y en el extranjero, viajar a cuanto país fuese invitado y vivir en condiciones mucho mejores que las que conoció durante casi toda su existencia. Porque lo espantoso de su tragedia, sin dudas, es que nunca llegó a ser un peligro para el régimen, jamás pretendió hacer ningún tipo de oposición política e, incluso, fue capaz de arrepentirse de haber escrito, en 1955, Los siervos, una grotesca y magistral parábola anticomunista.
Sin embargo, el ensañamiento contra su persona y su obra fue desmedido. Y no solo porque fuera homosexual y escribiera en los antípodas de aquel realismo socialista que el poder totalitario insistía en imponer.
En realidad, Virgilio Piñera era por entero un prototipo de intelectual (aunque a él no le gustaba que lo llamaran intelectual) que no tenía cabida en el depurado mundo del “hombre nuevo”, uno de los supremos objetivos de la revolución, en nombre del cual la “decadente cultura pequeño burguesa” debía ser exterminada. Y para colmo de males, este escritor tenía muchos discípulos jóvenes que lo admiraban profundamente y lo consideraban un maestro, aunque esa denominación tampoco era de su gusto.
Cuando Che Guevara, de visita en la embajada cubana en Argelia, vio un ejemplar del Teatro completo de Piñera, y lo lanzó por el aire, inquiriendo al embajador cómo era posible que tuviera allí un libro de “ese maricón”, no estaba condenándolo únicamente por homosexual —pues homosexuales, no declarados pero sí conocidos, hubo siempre en la élite revolucionaria—, sino porque también era un artista insobornable, inconvertible, un hereje, en definitiva.
A pesar de todo, y en un acto de refinado cinismo, 2012 ha sido declarado oficialmente Año Virgiliano y se ha programado una celebración que va desde el lanzamiento de nuevas ediciones de su obra en la Feria Internacional del Libro de La Habana, hasta la puesta en escena de varias piezas teatrales suyas, el estreno de una ópera basada en Electra Garrigó, e incluso habrá aportaciones desde el extranjero. También se presentará un producto multimedia editado por Cubarte. El Festival Internacional de Ballet de La Habana dedicará una función a homenajearlo. Y, en junio, tendrá lugar el Coloquio Internacional Centenario de Virgilio Piñera.
Por supuesto, es preferible todo eso a que persista la marginación de su obra. Pero hay hechos que no se deben olvidar. En 1961, Fidel Castro dio a conocer su dogma supremo (y sumamente confuso) para la política cultural revolucionaria, en una célebre reunión en la Biblioteca Nacional: “Dentro de la revolución, todo; contra la revolución, nada”. En esa ocasión, las palabras de Virgilio Piñera resumieron lo que muchos allí experimentaban y no se atrevían a expresar: “Sólo quiero decir que tengo miedo de lo que se nos pueda exigir o pedir”.
Su miedo se haría más profundo a través de los años y terminaría sólo con su muerte, en 1979. No obstante esa larga angustia, nunca quiso quedarse fuera de Cuba, ni marcharse del país. Y pudo haberlo hecho, como tantos otros que no resistieron las purgas culturales, las nefastas parametraciones, la exclusión, el acoso, el desasosiego de la “muerte civil”.
No debemos olvidar que ocurrió una destrucción de vidas ciudadanas (Piñera, Lezama Lima, Reinaldo Arenas y otros). Luego, ante la relevancia que la obra de ellos había alcanzado en el extranjero, y mucho más si ya habían muerto los autores, han sido y son utilizados como trofeos de la cultura revolucionaria.
Pero nunca se ha revisado la historia de esa destrucción y de ese ensañamiento, ni se han dado explicaciones, ni se ha revelado nombres de las autoridades responsables de ese plan tenebroso, ni se ha hecho una verdadera reivindicación de ninguno de ellos.
Es todo esto lo que le da un tono patético a esta celebración del Año Virgiliano, y también el hecho de que Piñera no permaneció marginado solamente durante los últimos diez años de su vida, sino que siguió siéndolo hasta 1986, cuando su obra, y la de otros escritores hasta entonces estigmatizados, volvió a salir a la luz pública. Al final, la única explicación es que todo fue resultado de errores de “determinados funcionarios” y de una “equivocada política cultural”. Una explicación que no explica mucho.
Sin embargo, por encima de todo, lo que hay que destacar es que Virgilio Piñera, pese a la fuerza brutal que lo aisló y trató de enmudecerlo, mantuvo siempre un inclaudicable sentido de la libertad artística frente al poder que quería poner pautas a su creatividad, y demostró un coraje esencial que subyace a todo lo largo de su obra, incomparable, inclasificable: un monolito de libertad que se resiste a todo adjetivo.