LA HABANA, Cuba, julio (173.203.82.38) – La historia es de película. Ha transcurrido más de un año y todavía se recuerda. Sobre todo porque es verídica. Ocurrió el año pasado, cuando se calculaba que en Haití, luego del terremoto del 12 de enero del pasado año, había más de 300 mil muertos, entre ellos muchos niños.
Dos meses después, el jefe del sector de la policía del reparto El Roble, en el poblado de Santa Fe, visitó las casas del barrio, conversó con las mujeres y quedó con ellas en reunirse un domingo en el parque de la calle 17 para hablar sobre cómo solidarizarse con los niños haitianos.
Entre los vecinos se comentaba que el gobierno se haría cargo de esos niños huérfanos, con la ayuda de familias que pudieran adoptarlos. Incluso hasta se pensó que organismos del Estado se responsabilizarían con la entrega de alimentos, a las familias que se encargaran de la adopción.
Fueron muchos los comentarios. Unos a favor de la posible medida y otros en contra, precisamente por la crisis alimentaria por la que atraviesa el país. Hasta se llegó a pensar que se trataba de una orden personal de Fidel Castro.
Se acercaba la fecha para la reunión del jefe de la policía con las mujeres, cuando algo curioso ocurrió. Dejó de verse al policía, que siempre andaba por el barrio y que todos los mediodías se tomaba un café en el timbiriche de Julio, frente al parque.
Las mujeres, extrañadas, se preguntaban dónde estaría el policía. Unas pensaban que algo malo le había ocurrido y otras hasta llegaron a decir que seguramente el hombre había sido enviado a Haití, porque él mismo traería a los niños.
La verdad se supo días después. El compasivo policía había sido expulsado del trabajo, porque sin permiso de nadie, a espaldas de sus superiores, le dio por llevar a cabo un plan que a el mismo se le había ocurrido.
Ahora el tronado policía anda de civil, cabizbajo, por las calles de El Roble. Dice que sólo quiso hacer lo que le dictaba su corazón, que la idea se le ocurrió cuando vio en la televisión a los niños huérfanos de Haití, llorosos y desorientados.
Una de sus vecinas le dijo:
-No te aflijas, hombre, que nosotras te comprendimos, pero, ¿cómo íbamos a alimentar a esos niños, si a veces no tenemos nada para los nuestros?
-Olvídese –respondió-, eso es historia pasada.