LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -Una de las últimas misiones encomendadas por Hugo Chávez a Elías Jaua, antes de abandonar la vicepresidencia de Venezuela, fue atestiguar que Fidel Castro estaba vivo.
Anteriormente, era Chávez personalmente el siempre optimista vocero del estado de salud de Castro, quien a su vez, veló celosamente por la recuperación de Chávez, luego de su operación en La Habana. Después de la reelección no se sabe por qué delegó en Jaua. Pero es probable que cuando regrese de La Habana, de su tratamiento de oxigenación hiperbárica, Chávez vuelva a dar noticias de la salud de Fidel Castro.
Venezuela, además de ser su aliado político-estratégico en la región, es el mayor socio comercial de Cuba. El petróleo venezolano ha sido vital para la precaria recuperación económica cubana de los últimos años.
Para el general Raúl Castro, inclinado hacia el modelo chino y el mejoramiento de las relaciones con los Estados Unidos, el exaltado e irreflexivo Chávez, aunque económicamente necesario, puede resultarle embarazoso en lo político.
La formación de una Cubazuela o Venecuba, pese a las mutuas necesidades y conveniencias, es bastante improbable. Las bufonadas de Chávez y sus aventuras bolivarianas con las reglas del juego democrático parecen difíciles de asimilar por los generales cubanos.
No obstante, Venezuela es, en estos momentos, el único país latinoamericano con capacidad para influir en el futuro de Cuba y hacerla encajar en el concierto de la izquierda regional.
Más allá de las idealizaciones nostálgicas, la dictadura cubana resulta cada vez más difícil de explicar y justificar para los gobiernos de la izquierda democrática de la región.
Con un Hugo Chávez que aboga por la integración de los países latinoamericanos, con la cartera rebosante de petrodólares y pese a todo, varias veces democráticamente electo, el régimen cubano, si no hace reformas políticas, pudiera representar un escollo para la izquierda democrática de la región.
Pero por ahora, si no de franco apoyo al régimen cubano, como en los casos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, la postura latinoamericana hacia el cambio democrático en Cuba es tímida y retardataria.
Los gobiernos del continente, temerosos de enojar al gobierno cubano y para contentar a la izquierda radical de sus propios países, evitan pronunciarse sobre el tema de los derechos humanos en Cuba y no mantienen contactos con los disidentes y la emergente sociedad civil.
El antiamericanismo y la nostalgia romántica por un pasado revolucionario han maniatado la política latinoamericana hacia Cuba y ha han dejado sin opciones ante un eventual cambio.
América Latina, sigue apostando por el mismo caballo viejo, cansado y lleno de mataduras. Pero las apuestas cada vez son menores.
Hace una década, pareció un galimatías cuando el ex-canciller mexicano Jorge Castañeda anunció el fin del idilio con la revolución de Fidel Castro y el advenimiento de relaciones normales y menos pasionales con la República de Cuba.
Con la revolución cubana tan deteriorada como la salud de Fidel Castro y en lenta mutación hacia no se sabe qué, un impredecible Chávez que ya no puede calificar a la oposición venezolana de escuálida, y la ascendente marea de la izquierda democrática en Latinoamérica, comienzan a darle la razón al anuncio de Castañeda.