Un camión de medio pelo
Gladys Linares
FRASE: Preguntamos a qué hora salía el próximo, pero la empleada nos dijo que en esa ruta hay uno solo
LA HABANA, Cuba, junio (173.203.82.38) – Hace unos días planeé un viaje a Artemisa con una amiga que necesitaba hacer una gestión. Viajaríamos en un ómnibus articulado, como los que circulan por la capital. Fuimos a la terminal de El Lido, en Marianao, pero allí nos informaron que el ómnibus estaba roto.
Preguntamos a qué hora salía el próximo, pero la empleada nos informó que en esa ruta sólo hay uno solo. Pensamos regresar al día siguiente.
-¿Demora el arreglo?
-Depende del problema- respondió-, puede tardar un día o dos, una semana, o no arreglarse nunca.
-Oiga, esto es como Macondo, ¿no?
-Más o menos; no puedo garantizar nada.
No tuvimos otra opción que subir a un camión particular de transporte, que cobra diez pesos por persona. Al ver el camión, a mi amiga se le escapó el aliento. Tuve que coger aire, profundamente, y pensé que no iría a ninguna parte, pero la necesidad apremiaba.
Iniciamos el viaje, apretujados. Como no había espacio para colocar los bultos, apenas nos movíamos. Cada vez que el chofer frenaba perdíamos el equilibrio. El peligro mayor acechaba a quienes viajaban en la escalerilla del vehículo.
El camión no tenía el mínimo de condiciones para llevar pasajeros en tan largo recorrido. Los asientos, dispuestos en herradura a lo largo de la baranda, eran de madera y metal, y a duras penas podíamos mantenernos sentados en ellos, de tan estrechos que eran. A medida que el vehículo se llenaba, el tripulante nos pedía que nos apretáramos más, y repetía:
-Arriba, caballeros, que no se me quede nadie.
A pesar de las protestas aquello seguía llenándose. Una señora, al borde de la histeria, gritó:
-¡Está bueno ya, que esto parece una lata de sardinas!
Pero el tripulante, haciéndose el sordo, y empujando a un hombre que subía, gritó a su vez:
-¡Arriba, caballeros, ayúdenlo, que él también quiere ir al paseo!
Un pasajero a mi lado murmuró:
-Mientras más gente suba, más ganan ellos. Figúrese, tienen que pagar la licencia, que no es poca cosa, más los impuestos, combustible, reparaciones… y necesitan vivir. Aquí los que se fastidian somos nosotros, que somos la quinta pata del banco.