LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Siempre he sido un convencido de que el inevitable proceso de democratización de Cuba sólo tendrá éxito si todos los que discrepamos del régimen —viejos y jóvenes, luchadores antiguos y activistas de más reciente incorporación a la lucha— somos capaces de juntarnos de modo fraternal y superar las discrepancias que son inevitables dentro de cualquier grupo democrático.
Catalogo de equivocado y sectario a todo aquel que piense que sólo con la participación de los que han luchado durante lustros se puede alcanzar un cambio pacífico en nuestra Patria. Para lograr ese éxito se requerirá una participación de masas, lo cual implica el apoyo no sólo del que llegó anoche, sino también del que llegará mañana o dentro de varias semanas o meses. Ninguno debe ser discriminado ni preterido, porque, de lo contrario, seríamos demasiado pocos para alcanzar el noble fin al que aspiramos.
He decidido hacer estas consideraciones a raíz de leer el trabajo “Cuba: gritos contra el miedo”, publicado en CaféFuerte por Ángel Santiesteban Prats, quien, tras expresar su agradecimiento al abogado independiente que lo asesora, afirma: “En más de 50 años de totalitarismo, jamás nadie les dijo a los funcionarios del gobierno, con el Código Jurídico en la mano, todo lo que infringen los derechos de los ciudadanos cubanos”.
Eso es una inexactitud que yo quisiera atribuir al desconocimiento. No hablaré de quienes se enfrentaron al régimen durante sus décadas iniciales: entiendo que un hombre joven no tiene medios de conocer esto. Pero desde los años ochenta del pasado siglo, cuando muchos ni soñaban con enfrentarse al castrismo, los juristas del movimiento agramontista sufrieron todo género de represalias por señalar, con la ley en la mano, todas las infracciones perpetradas por las autoridades.
En 1984, la Operación Toga Sucia y la purga realizada en los bufetes colectivos sirvieron a las autoridades comunistas para separar del ejercicio profesional a abogados eminentes que defendían a sus clientes con valor, competencia y lealtad. Entonces se castigó a los famosos doctores Taboada, Pavoni, Varona y Bacallao, entre otros.
Años más tarde, tocó el turno a otro grupo de letrados agramontistas más jóvenes, que fueron a las cárceles: Leonel Morejón, ahora en el exilio; Juan Carlos González Leiva, que ingresó a nuestro movimiento el día de su graduación; Mario Enrique Mayo, miembro del Grupo de los 75; Rolando Jiménez Pozada.
Ahora mismo, mientras redacto este artículo, permanece preso Ernesto Borges Pérez, un agramontista que ya lleva más de un decenio en esa situación y que hace pocas semanas tuvo que escenificar una larga huelga de hambre en protesta por las represalias de sus carceleros ante la valiente denuncia que hizo, en la que argumentó que era un asesinato lo sucedido con la mártir Laura Pollán.
Ante una trayectoria como ésa, parece inapropiado que se diga que nadie había esgrimido los textos legales para desenmascarar las violaciones de los derechos ciudadanos que cometen los castristas. No obstante, confieso que si el despiste se hubiera reducido a eso, es probable que no me hubiese animado a escribir este artículo.
Donde el extravío alcanza proporciones antológicas es cuando Santiesteban afirma que, con el fin del arresto de su asesor jurídico, “se evitaba lo que pudo haber sido la primera protesta pública para exigir la libertad de un cubano”. Me parece lamentable tener que leer cosas como ésas escritas por un compatriota de talante contestatario.
¿Es que el autor no se ha enterado de la existencia de las gloriosas Damas de Blanco! ¿Ignora que esas mujeres dignísimas llevan más de cuatrocientas semanas desfilando por nuestras calles con sus gladiolos, domingo tras domingo, en reclamo de la libertad de los presos políticos! ¡Esos desafíos de epopeya son reales; ellos no ‘pudieron haber sido’, sino que están ahí, a la vista de todos, inscritos de modo indeleble en la historia de nuestra Patria! Entonces, ¿de qué “primera protesta pública” habla!
La vía de la colaboración entre opositores nuevos y viejos —a la cual yo aludía al principio de estas líneas— debemos recorrerla todos. Pero ése debe ser un camino de dos sendas. No sólo los más antiguos debemos acoger sin autosuficiencia a los recién llegados; también éstos deben abstenerse de pretender menospreciar o ningunear a los que se han enfrentado al régimen totalitario, y no durante uno, sino muchos lustros.