LA HABANA, Cuba, noviembre, 173.203.82.38 -Pasan los meses y continúa el martirio del activista hebreo norteamericano Alan Gross, preso en Cuba desde diciembre de 2009 como supuesto espía, por haber intentado distribuir equipos de comunicación entre sus correligionarios de la Isla.
Hace unas semanas, su esposa Judy pidió solidaridad hacia su marido a la Asamblea General de las Federaciones Judías de Norteamérica. “En vísperas del segundo aniversario de su arresto y encarcelamiento, queremos que nuestra comunidad, nuestro país y el mundo recuerden que Alan Gross necesita ser liberado de Cuba”, expresó la señora.
Salvando las distancias, los avatares de este nuevo rehén del régimen castrista recuerdan los de los integrantes del Grupo de los 75, encerrados en 2003. La idea era que también aquellos patriotas sirvieran para canjearlos por los cinco cubanos encarcelados en Miami.
Entonces, las ofertas de canje fueron rechazadas con toda razón por las autoridades de Washington. El intercambio recíproco de agentes de inteligencia capturados se ha hecho una práctica habitual entre distintos países, pero las calumnias castristas no pueden convertir a opositores pacíficos y patriotas en empleados extranjeros.
En el caso que ahora nos ocupa, la acusación de un fiscal político, las sentencias de tribunales parcializados y la propaganda comunista no bastan para transformar a un filántropo judío en espía. A diferencia del quinteto miamense, Gross no reclutó a otros agentes, ni sostuvo comunicaciones clandestinas con sus jefes de Washington, ni procuró enterarse de las interioridades del Alto Mando de las Fuerzas Armadas cubanas.
En esas condiciones, resulta inconcebible el trueque imaginado por las autoridades habaneras. También es brutal la sanción que está cumpliendo: Si el activista hebreo hubiese introducido explosivos con el propósito de realizar atentados y sabotajes y éstos no hubieran llegado a perpetrarse, la sanción de quince años que se le fijó podría considerarse admisible, aunque severa; pero imponerle esa pena por unos teléfonos satelitales pasados por la aduana con el fin de regalarlos es una obscenidad.
Durante más de un año, la familia Gross se abstuvo de contradecir de modo directo la versión ofrecida por los castristas. Según informes de prensa, el propio acusado y su esposa accedieron a repetir —incluso ante el tribunal— la historieta de que él había sido manipulado por sus empleadores.
Sin embargo, esa actitud favorable no arrojó los resultados esperados. El contratista norteamericano salió peor librado que el único miembro del Grupo de los 75 que se prestó a declararse arrepentido de sus actos. Éste fue excarcelado en pocos meses, y se le permitió marcharse del país, mientras que Gross continúa en prisión al cabo de casi dos años.
En vista de esa postura implacable del régimen castrista, resultan lógicos el cambio de táctica y la apelación hecha a sus correligionarios por la esposa del cautivo. No debe haber sido una decisión fácil para ella, pero esa señora no es la primera que tuvo ante sí una opción tan difícil.
Desde su mismo arribo al poder, los Castro han mantenido las cárceles más o menos llenas de los que consideran sus enemigos. Ante los abusos que sufrían aquellos reos, sus seres queridos, en la época en que nadie escuchaba, tuvieron que escoger entre guardar silencio (con la vana esperanza de inspirar piedad a sus carceleros) o denunciar en público los horribles atropellos.
Optaron por lo segundo, y no se equivocaron. Sólo de ese modo pudieron sensibilizar a la opinión pública y hacer que mejorara algo la situación de sus esposos y parientes. También ahora lleva razón la señora Gross. Cuando sus compatriotas y los correligionarios de todo el mundo conviertan en propia la causa de su marido injustamente preso, la familia habrá dado un gran paso hacia el logro de sus justas aspiraciones de libertad.
Me atrevo a afirmar que si el preso y sus seres queridos se mantienen firmes en esta nueva posición, los castristas, empezando por los menos fanáticos entre ellos, llegarán a la conclusión de que el costo político del zarpazo asestado a ese infeliz amerita que se le excarcele.
Si algo ha caracterizado a los judíos es lo solidarios que son. Esa cualidad ha quedado grabada en ellos, a lo largo de su admirable historia milenaria, por las innumerables arbitrariedades que han sufrido. La que ahora padece el señor Gross bien merece el apoyo no sólo de sus hermanos de fe, sino también de sus paisanos y las personas de buena voluntad de todo el mundo. Esperemos que no se lo escatimen.