LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Artífices de la carambola, los caciques de Cuba han ensayado largamente el aprovechamiento de esa cierta virtud que poseen las palabras para afirmar negando.
Alguien tendrá que dedicarse algún día a reunir y ordenar el compendio de tergiversaciones idiomáticas que a lo largo ya de toda una vida han servido al régimen como arma política con mucho mayor alcance y efectividad que los cañones.
Tal como el célebre Adolfo Bioy Casares catalogó en su Diccionario del Argentino Exquisito los términos más utilizados por la gente pretendidamente fina, es decir, picuda de su país, para dejar burlona constancia del modo en que no se debía hablar, aquí nos hará falta en el futuro un Diccionario de las Tropelías del Tropo, con expresiones que debemos borrar de nuestra memoria, puesto que con ellas el régimen se dedicó a arruinarnos –también- el lenguaje común.
Sería aburrido citar ahora la muy larga lista de los ejemplos. Son demasiados. Y bien conocidos dentro y fuera de la Isla. Lo cual no impide que tanto aquí como allá incurramos frecuentemente en su uso, asumiendo el papel de víctimas conformes ante la tergiversación y el enrarecimiento de los reales significados.
Hace pocos días, un amigo español de visita en La Habana me comentaba con entusiasmo los tremendos dones deportivos, y además la impresionante belleza física de una bolibolista cubana que juega en las ligas profesionales de su país.
Ese amigo no es de izquierdas ni derechas, y, claro, mucho menos es simpatizante de nuestro régimen. Sin embargo, al referirse a la jugadora cubana utilizaba siempre el término “desertora”. Cuando le pregunté por qué le llamaba así, si la muchacha nunca perteneció a un ejército ni a ningún otro tipo de organización rígida de fila de los que hubiese desertado, el hombre se quedó mirándome más o menos como debe mirar el toro a punto de ser banderilleado.
Luego de aclararle que mi reparo no tenía que ver más que con la elemental preceptiva, aflojó tensiones (pues en principió creyó haberme ofendido políticamente con el empleo de aquel término), y entonces convenimos en que a nadie en su sano juicio se le ocurriría llamarles desertores a los grandes futbolistas suramericanos que hacen su agosto en Europa, por citar un caso entre muchos.
Quizá pueda ser congruente (si algo en ellos lo es) que nuestros caciques califiquen como desertores a los deportistas de alto rendimiento cuando éstos deciden irse a jugar a cuenta y riesgo para su propio beneficio y el de su familia. Al final siempre los han considerado gladiadores de un ejército particular y exclusivo. Incluso es entendible (si algo en ellos lo es) que su soberbia les conduzca a dinamitar el idioma. Pero que le hagamos el juego, certificando el barbarismo al darle cabida en nuestra lengua, es algo que ya pasa de castaño claro.
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