LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Calcular cuántos hombres y mujeres han compuesto la tropa de degustadores profesionales de Fidel Castro, en su largo mandato dictatorial, es fácil. Basta tener presente, como referencia, que su sistema de seguridad personal, dicho por su propia prensa, abarca cien hombres. Es muy probable entonces que disponga de otros cien trabajadores, los que, a pesar del riesgo que corren de recibir muerte por envenenamiento, jamás han sido mencionados públicamente.
Nadie o casi nadie en el mundo ha dramatizado tanto su historia personal como lo ha hecho Fidel Castro. Este viejo dictador vencido por la naturaleza, con una revolución convertida en su propio revés y con un país en ruinas, no ha recibido ni una bala en su cuerpo, ni un rasguño de clavo o una fractura de hueso en medio de una balacera, según sus propias historias. Ni siquiera se sabe de alguna espina de pescado que se le haya trabado en la garganta, pero no cesa de hablar de todos los intentos de asesinato de que ha sido objeto, supuestamente.
Se ha hecho célebre una foto donde Celia Sánchez le coloca un diminuto apósito en un dedo de la mano, así que ese pudiera ser el único rasguño que sufrió durante heroico combate.
Pero, ¿a cuántos ha puesto en peligro de muerte? ¿Cuántos se juegan la vida a diario para que Fidel Castro pueda tener más vidas que un gato?
Orlando es un pobre hombre que pasa de los sesenta años y vive en el poblado de Santa Fe, al oeste de La Habana. Después de las tres de la tarde, cuando el sol es menos bravo, sale en su bicicleta, hasta el anochecer, a dar pedal y pregonar sus cucuruchos de maní y sus empanaditas de guayaba. Así lleva más de cinco años, sólo para poner algo a la mesa cada día, porque el negocio no da para hacer un viajecito o tomarse una cervecita los domingos.
Pero años atrás, antes de ser vendedor ambulante, trabajó como degustador profesional no sólo de Fidel Castro, sino en ocasiones de grupos militares. Para él, era algo muy natural exponer su vida cuando probaba una comida, con tal de valorar su sabor, o cuando la ingería para descubrir si estaba envenenada.
Fueron años de grandes experiencias y temores, y también de privilegios, porque se alimentaba como un millonario. Disfrutó de espléndidos manjares. Platos hechos con caviar –me dice-, quesos parmesanos, trufas negras de verano, exquisitos sándwiches, tiernos cerditos asados al carbón, pavos rellenos, mariscos frescos, los mejores vinos del mundo, cervezas extranjeras, whisky escocés, el vodka de Stalin, el mejor café de las montañas orientales de Cuba, y puros, muchos puros. Qué manera de probar buenos puros, hechos con el major tabaco de Pinar del Río.
Aparentemente orgulloso, me cuenta que no hace mucho, lo mencionaron en internet, por su antiguo trabajo como degustador de Fidel. Sonríe y me ofrece sus cucuruchos de maní, a sólo un peso cubano, y a tres pesos las empanaditas.
Le pregunto si en el desempeño de ese trabajo no tuvo problemas con algún alimento, y me responde que jamás. “Ni un dolor de barriga –agrega-. Nada, porque lo bueno es lo bueno”.
Y con la misma, se marcha, sonriente, dando pedal como si fuera un muchacho de quince.