SANCTI SPÍRITUS, Cuba, agosto, 173.203.82.38 -“¡Qué malo está esto!”, es una frase muy popular que se puede oír en una esquina, un ómnibus o cualquier hogar cubano. Es la expresión de la diaria agonía para resolver los múltiples problemas que confronta el pueblo, que no ve la manera de satisfacer sus necesidades más elementales y menos aún la de lograr sus sueños.
La ansiedad por que haya un cambio es cada vez mayor. Algunos decían: “Esto lo va a cambiar Raúl Castro”. Pero con el transcurso de los años han perdido las esperanzas al ver que los Lineamientos del VI Congreso del Partido no acaban de ser implementados, y han sido solo cantos de sirenas. Promesas que se suman a las muchas incumplidas por el régimen durante más de cincuenta años.
La economía nacional está en ruinas y el gobierno trata de justificarse aludiendo a la actual crisis mundial; algo que ni se parece a nuestro problema, pues la situación que se sufre aquí, a diferencia de la del resto del planeta, es endémica, desde hace décadas.
Los bajos salarios, los elevados precios, la eliminación de ayudas sociales, las medidas abusivas contra los cuentapropistas, la falta de apoyo a los campesinos y el desempleo, son factores que atentan contra el bienestar de la población.
La desesperanza martiriza a las generaciones más viejas, que durante toda su existencia han vivido bajo una dictadura que les ha robado la fe de vivir mejor. Algunos se quejan; otros callan por miedo.
Los jóvenes andan como potros salvajes que no encuentran pasto para saciar el hambre espiritual y material. Incrédulos, sin camino fijo que transitar, son una pobre generación que no sabe ni adónde va, sin futuro ni libertad.
Todos esperan que pase algo, pero nadie sabe cuándo ni cómo será. Algunos esperan un Mesías o un profeta. Muchos me preguntan: “Dime, rubia, ¿cuándo se caerá esto?” . Mientras tanto, otros disfrutan el comentario: “¡Oye, Fulanito se va!” Irse es el trofeo mayor para la mayoría de los cubanos: estar lejos de esta olla caliente, porque la gente sabe que el comunismo es un fracaso, una burda mentira.
“Esperar, no queda más remedio”, dice la veterana Caridad con preocupación, cuando contó el menguado pago de su pensión de jubilada y, mientras se le escapa un suspiro, añade: “Estamos condenados a muerte”.
“Es triste, sí, para los que tienen luz larga”, dijo el viejo Bienvenido, activista de la oposición en Sancti Spiritus, mientras miraba al cielo y exclamaba: “¡Dios mío, ayúdanos!”