LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -¿Qué tienen en común Mayelin Isaac, la abuela Vivian Peña, la jovencita de Palma Soriano que fue violada en una escuela de deportes, y la adolescente de la India, literalmente traspasada, masacrada, por la lujuria sin freno? Pues todas ellas son el nuevo objeto del terror de género.
¿Quién es Mayelin Isaac? Una activista pro democracia, gestora de Nuevo País y animadora en la ciudad de Santiago de Cuba de un proyecto anti violencia para niños de la comunidad. Por ello, la policía política la abandonó a propósito en medio de la noche, en un lugar lejano y solitario, como escarmiento por su tozudez democrática
¿Y quién es Vivian Peña? Una abuela Dama de Blanco que suele desfilar en su provincia natal, Santiago de Cuba, a favor de los derechos humanos y la libertad de los novísimos presos políticos que ha estrenado el gobierno cubano. A Vivian le destruyeron su casa cabal e íntegramente en una hora de ira e impotencia totalitarias.
Son dos ciudadanas cubanas, no anónimas pero sí poco conocidas, que decidieron asumir el deber de cualquier ciudadano que tome en serio su contribución al enderezamiento de su sociedad. Por eso son represaliadas y sufren la zozobra e inseguridad cotidianas a que estamos acostumbrados los cubanos inquietos, desde hace ya 54 años.
Nada nuevo en las historias de vida de los demócratas en la isla. Excepto que ellas, y no otras, son el rostro cubano del terror de género. Ellas militan involuntariamente en el mismo equipo de mujeres (desde la India a La Habana, de España a Estados Unidos, de México a Tailandia) que día a día son real y simbólicamente puestas en sacrificio por el afianzamiento del machismo-alfa en la sociedad y en la política, expresado mediante terror y la violencia.
Terror de género se llama al diseño global para detener el triple ascenso de la mujer al mundo de la emancipación y control de su propio cuerpo, al mundo de la cultura, que les permite definir su propia agenda frente al dominio fálico, y al mundo de la ciudadanía, que las dota de la capacidad para irrumpir en el pretendido coto de caza de los hombres, que es la política, con su propio estilo y mentalidad.
La técnica de este modelo sexista de infundir pánico es la de manipular la supuesta debilidad de la mujer frente al resto de sus coterráneas, cebándose primordialmente con mujeres desconocidas, para que no se atrevan a utilizar su diferencia como carta de derechos.
Los tipos que violaron en trío a un par de adolescentes, los que redujeron a polvo el pobre hábitat de una abuela, y los que dejaron a la intemperie nocturna a una madre indefensa, expuesta a cualquier transgresión, todos quieren rescatar a través de una reafirmación tardía el poder de antaño sobre la mujer total.
Y esa pretensión tiene que ir más allá de la violencia de género. Es una reminiscencia del machismo que se expresa casi siempre de manera íntima, en medio del arrebato pasional, y que no tiene como diana a todas las mujeres.
El terror de género tiene y quiere un impacto público. Quienes violan en grupo no buscan placer, envían con su acto un mensaje tribal de reafirmación machista, para recordarles eternamente a las perpetradas a quienes “pertenece” el cuerpo de la hembra.
Aquellos que destruyen el techo de una anciana pretenden decirle que la del albañil es profesión de hombre. Y los que abandonan a su suerte a una mujer intentan revivir la figura de la fémina temblorosa y desvalida que no encuentra orientación en medio de la tupida maleza y que, para su mejor protección, está obligada a arrojarse a los rudos brazos del Estado-macho.
Mayelin y Vivian me interesan como rostros marcados por el terror de género, por dos asuntos. Primero, ellas padecen la violación psicológica del terror sin que éste tenga la necesidad de maltratarlas físicamente. La impotencia en esta situación es completa. El pavor que debe sentir la mujer en un trance semejante viene adjunto a su incapacidad física para asumir el reto. Quizá esto explique por qué las mujeres sacan su fuerza de una combinación de energía, perseverancia, sutileza mental y destreza para manejarse en circunstancias adversas. Una perspectiva que no entra en los análisis del inveterado machismo al mando de la Isla.
El segundo asunto es cultural y se escribe con las letras del peligro. Santiago de Cuba es la provincia más violenta del país y está bajo el control de los tutores más violentos de los que tengo noticias. Si el terror de género que se define desde allí logra expandirse e imponerse como práctica de Estado, tendremos más problemas de cara al futuro de los que se acumulan por las fallas estructurales del régimen.
Se trata de una tremenda mala noticia porque Santiago de Cuba es la expresión de la mejor síntesis cultural de Cuba, que nos conecta con el hemisferio occidental como punto de entrada al Caribe -una de las zonas de más alto porcentaje de decencia por habitantes en el mundo-, y que comunica, desde esa olla natural cerrada por las montañas y el mar, unas vibraciones al resto del país, cocidas desde su viva pluralidad, no solo multicultural sino multinacional. Sería una gran pérdida civilizatoria que aquella región se convirtiera en un laboratorio pedestre de ese terror de género que se practica frente a las cámaras de la globalización.