LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -No dudo que desde hace mucho tiempo exista el croquis para montar, en el futuro mediato, una sucesión dinástica en Cuba que supere el mandato de Fidel y Raúl.
Quizás los regentes del manicomio coreano, le hayan pasado la fórmula a sus pares de la Isla.
En este caso solo cambiaría el parentesco de los encartados. La puesta en escena de este nuevo capítulo de la farsa invitaría a olvidarse de un tránsito hacia una democracia con todos sus atributos y a salvo de los dictados de otro equipo, esta vez formado por oligarcas castrenses sin los rezagos del marxismo-leninismo, en perfecta armonía con el capital transnacional y un poco más selectivos y sofisticados a la hora de aplicar la mano dura contra sus críticos.
Ese podría ser uno de los fines de quienes van construyendo un imperio patrimonial dentro del país y en el extranjero con el objetivo de tener el suficiente poder a la “hora de los mameyes”, o sea el momento en que desaparezcan del escenario político los principales referentes del autodenominado liderazgo histórico de la revolución.
No es descaminado detenerse en estas hipótesis, que podrían sonar huecas únicamente en los oídos de quienes subestiman la voluntad de una clase política con Stalin en el subconsciente, Mao Tse Tung en el corazón y la estatua de Hitler dentro de una bóveda clandestina.
El poder crea adicción. Lo ocurrido en Cuba lo demuestra con creces y los hechos corroboran que al menos por acá no habrá espacio para excepciones.
La familia tratará de conservar su protagonismo por diversos medios, incluso mediante la fuerza bruta, si es que el jarabe de los cambios económicos no surte el efecto deseado y la situación social toma el camino de la anarquía.
Si los Kim en Pyongyang pudieron, ¿como los Castro van a renunciar a la mantención de su huella en una futura república, tal vez sin el amparo de un partido único, pero bajo la cobertura de un pragmatismo multifacético y adaptable al escenario menos pensado?
En el Caribe insular va a ser difícil, no totalmente imposible, que la saga de los Castro se perpetúe en la máxima dirección política de la nación. Ganas no les faltarán a los mandamases criollos, pero esta vez el deseo choca con obstáculos considerables.
A falta de una reproducción exacta del modelo de sucesión parentesco-generacional como el ocurrido en la nación asiática, pudieran persistir los intentos de adaptaciones que al menos tengan un parecido remoto con el sistema creado en 1948 por el fenecido Kim Il Sung.
Hay quienes alegan que un mandato de Alejandro Castro Espín sería un bálsamo comparado con sus antecesores, su tío Fidel primero y su padre Raúl después.
Me sumo a los que quisieran algo más sano. Más allá del fatídico apellido con su carga de efectos contraproducentes, al pensar en la triste situación de millones de cubanos a causa de los caprichos de un liderazgo irresponsable y corrupto, es necesario borrar la marca de un linaje que se ha servido y se sirve del país como si fuera su hacienda particular.
Refundar el país requiere de nuevos rostros. Personas capaces y sin los estigmas de haber sido abiertamente cómplices de un gran fraude. Se debería marcar la diferencia. Ante la dimensión del desafío no se le puede dar cabida a un mal comienzo.
La salida en falso en una carrera que, por la lejanía de la meta, es sin dudas una maratón, equivaldría perder la oportunidad del triunfo. La vía a recorrer es cuesta arriba y pedregosa. Un traspié inicial podría convertirse en un accidente mortal.