LA HABANA, Cuba, junio, ww.cubanet.org -La industria textil es posiblemente una de las más antiguas del mundo y en Cuba, antes de 1959, floreció. Pero a partir de ese año, debido a la obsesión de Fidel Castro de intervenirlo todo, comenzó su destrucción.
El gobierno castrista nacionalizó las dos grandes textileras con que contaba el país: la fábrica de Ariguanabo y la de Mayabeque, y consolidó en una sola estatal las decenas de pequeñas fábricas privadas ubicadas en todas las provincias.
Hubo que invertir muchos millones de dólares para reanudar la producción de las antiguas textileras de Ariguanabo y Mayabeque, luego de nacionalizadas. Mas tarde, se desarrolló un fuerte proceso inversionista en la creación de cinco nuevas fábricas: Alquitex, en 1965, en el pueblo de Alquízar; la Hilandería del Wajay, en 1984; Desembarco del Granma, en 1976, con tecnología japonesa, en Santa Clara; el Combinado Textil Celia Sánchez, con tecnología soviética, en 1977, en Santiago de Cuba; y La Principal, en 1986, al este de La Habana, con tecnología de la antigua Alemania comunista.
Datos publicados en la prensa oficial indican que aquellas fábricas eran capaces de producir la tela que necesitaba la población para vestirse.
Solamente la hilandería del Wajay producía quince mil toneladas métricas anuales de hilaza, suficientes para fabricar 90 millones de metros de tela. No obstante, las 3 millones de mujeres que por aquella fecha tenía nuestra población solo podían comprar una cuota racionada de tres metros y medio de tela al año, que representaba 10,5 millones de metros. Si la producción llegaba a 90 millones, ¿qué se hacía con los 79,5 millones de metros de tela?¿Cómo se explica que toda la ropa estuviese racionada, y las cinco nuevas fábricas y las ya existentes no pudieran abastecer al pueblo de ropa durante los primeros 30 años de Revolución?
La Libreta de Productos Industriales (racionamiento) desapareció justamente en 1990, fatídico año para el castrismo, cuando la Unión Soviética decidió que sus relaciones comerciales con Cuba se ajustarían a los precios del mercado mundial, porque la deuda cubana con ese país ascendía ya a 24 mil millones de dólares.
Mientras el Muro de Berlín caía tumbado a mandarriazos por los alemanes, Fidel Castro nos atrincheraba en la miseria y dictaba una reducción en las cuotas de productos racionados, es decir, practicamente todo. El 17 de diciembre de 1990 eliminó los mercados campesinos paralelos, provocando una descomunal hambruna, cuyas secuelas aún repercuten en la población, sobre todo en los niños nacidos en los años siguientes.
Ha pasado el tiempo y las mujeres cubanas jamás hemos podido saber por qué, si la producción textil era tan grande, durante tres décadas sólo pudimos comprar tres metros y medio de tela al año.
Solamente la planta japonesa de Santa Clara, cuya inversión aún se debe, tenía una capacidad de producción anual de 60 millones de metros cúbicos de tejido, que era más que suficiente para que todas las cubanas nos hubiesemos podido vestir sin racionamiento.