LA HABANA, Cuba, julio (173.203.82.38) – Tengo dos amigos que pueden ganarse “legalmente” hasta cien dólares diarios, en este país donde la mayoría de la gente gana un dólar o menos por día. Son taxistas. Uno trabaja para el Estado y el otro conduce un taxi particular.
Mis dos amigos taxistas no se conocen, pero el del taxi estatal ve con malos ojos que hayan autorizado los autos de alquiler particulares para transportar extranjeros.
Hasta hace poco, ese era un delito que podía costar a los propietarios el decomiso de sus automóviles. Por su parte, el taxista particular se queja de que todavía le prohíban hacer piquera en el aeropuerto y zonas cercanas a los hoteles donde se hospedan los turistas.
Recientemente, fueron unificadas un gran número de agencias de taxis estatales, bajo el nombre de Cubataxi. Desde entonces puede afirmarse que existen sólo dos categorías de taxis: los estatales y los particulares, conocidos como boteros.
Cubataxi agrupa a las 11 bases de taxis existentes en La Habana. Entre las más populares están Panataxi, Fénix, OK, Gaviota, Habanataxi, los llamados cocotaxis, y los autos antiguos de la agencia Anchar. Quedaron fuera de Cubataxi las agencias Rencar, dedicada al alquiler de autos sin chofer, y Transtur, de ómnibus. Las dos se subordinan al Ministerio de Turismo.
Mis amigos taxistas compran combustible en el mercado negro, porque es mejor negocio. Los garajes en Cuba son propiedad del Estado y en ellos tanto la gasolina como el petróleo valen un dólar con veinte centavos el litro. Por fuera, la gasolina se consigue con sólo veinticinco por ciento de rebaja, pero el petróleo se vende con setenta y cinco por ciento de descuento, lo cual es una gran ventaja para los boteros, que mayormente tienen viejos autos americanos con motores petroleros adaptados.
No obstante, aun que tienen la ventaja de que el petróleo es más barato, los boteros tienen un grave problema a la hora de competir con los taxis estatales: sus antiquísimos autos están completamente destartalados y se rompen continuamente.
A sus gastos deben sumar el costo de las continuas reparaciones y las piezas de repuesto que, aunque en teoría el Estado les vende, en la práctica tienen que conseguir casi siempre en el mercado negro. Además, deben pagar altos impuestos, que aumentan en dependencia del modelo del auto y la cantidad de asientos.
Hay autos particulares que, en vez de gasolina utilizan keroseno, un nuevo invento de los difíciles tiempos que corren. El keroseno se consigue sólo en el mercado negro, por un valor similar al del petróleo mal habido.
Ni los taxistas particulares, ni los que trabajan para el Estado, tienen sindicatos a quien recurrir para que los protejan, y menos para preguntar adónde va a parar todo el dinero de las licencias y los altos impuestos que pagan.
Ya son 14 mil los trabajadores por cuenta propia que se dedican a transportar pasajeros. No entienden por qué el gobierno insiste en hacerles la competencia, por qué deben competir de manera tan desigual con el Estado, en lugar de permitirles a todos los ciudadanos competir a todos en igualdad de condiciones.