LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -Humberto Shell se ha convertido en un referente por estos días, en La Habana. La resonancia no deriva de su apellido, homónimo de la transnacional petrolera, con la cual, por supuesto, no tiene relación alguna.
Él tuvo el valor de resistir un asalto a su vivienda, debido a lo cual permaneció inconsciente, casi una semana sobre sus propios excrementos, sufriendo la ineficacia de las autoridades policiales y las negligencias del sistema de Salud Pública. Finalmente, le sería amputado un miembro.
La desaparición de Humberto, un devoto feligrés católico, asiduo a la comunidad jesuita de la capitalina Iglesia de Reina, extrañó a vecinos y amistades, por lo que acudieron a la policía en varias ocasiones. Pero los gendarmes no se decidían a entrar en el inmueble, donde ladraban los dos perros de la víctima y se acumulaban, en la puerta, las notas y los avisos de cobro.
Uno de los vecinos logró verlo desde una ventana. Y con la ayuda del Cuerpo de Bomberos, rescataron a Shell de donde había permanecido, golpeado y agonizante, durante una semana, aproximadamente. Sus dos perros yacían a su lado.
Humberto no recuerda con exactitud lo que le sucedió. Contó a este reportero que, al abrir la puerta de su inmueble, fue golpeado en la cara con un arma contundente, por un individuo que no conocía. Luego recibió múltiples golpes en otras partes del cuerpo. Según los médicos, es posible que sufriera una isquemia. El peso de su cuerpo contribuyó a que se le necrosaran las heridas.
Humberto se queja del desempeño policial. No tiene la menor idea sobre las motivaciones del asalto. Está en medio de un violento litigio por una permuta. Pero vive sólo, y su situación es tan precaria que no tiene nada de valor en la casa.
Al llegar a la Unidad de Urgencias del Hospital Calixto García, Humberto fue internado en la Sala de Cuidados Intensivos. Pero un día después, fue abandonado en una cama de la Sala Weis (poli-traumas), desnudo y con un torniquete que le aplicaron en el brazo dañado, utilizando el mismo pullover encharcado de orín con que fuera hallado. Dos enfermeras de Urgencias vinieron a reclamar la sábana que cubría al paciente, porque pertenecía al inventario de su sala.
La Sala Weis es la estampa de un infierno dantesco: churre, fetidez y sangre ofrecen un espectáculo pavoroso, a pesar de que el local de descanso de enfermeras y auxiliares está situado frente a esa misma sala. Faltan insumos, como simples agujas de calibres apropiados para canalizar venas, debido al acaparamiento y sustracción de los mismos por la propia empleomanía del hospital.
Al preguntarle al enfermero a cargo por qué había tanta sangre en la orina de Humberto, respondió: “Es normal tras una operación“. ¿Cuál operación?”, pregunté entonces, confundido. Y el enfermero confesó que no se había detenido a leer la historia clínica, pero que lo haría cuando fuera a repartir los medicamentos, dentro de unas horas.
Humberto permaneció otra semana más semiabandonado en el hospital. Sólo pudo contar con los cuidados de las monjas, que iban a ayudarlo en las noches. Los galenos decidieron amputarle el brazo a la altura del hombro, luego de que una amiga de su juventud, casada con un funcionario y militar, le montó indignada un escándalo al director del Calixto García.
Al momento del ingreso de Shell, la necropsia alcanzaba sus dedos. Pero para ese entonces la gangrena se extendía ya por encima del codo, despidiendo un terrible olor a carne podrida.
Familiares de Humberto, que viven en la provincia de Camagüey, al oriente del país, negociaron una ambulancia para trasladarlo y poder cuidarlo, después de la cirugía. Antes de partir, dijeron “No nos lo habíamos llevado antes, por su gravedad, y porque el hospital de Camagüey tiene peores condiciones”.
Yo miré alrededor y me pregunté cómo podría haber algo peor que aquello.