LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) – Puede parecer contradictorio que luego de reclamar durante tanto tiempo el incremento del pequeño o minúsculo negocio por cuenta propia (al menos eso), uno se baje ahora con que hay demasiadas cafeterías particulares en La Habana, o con que sobran las tarimas dedicadas a vender quincallería y utensilios menores.
Así que pongamos el parche antes que salga el hueco. No es que estén de más, al contrario, esos establecimientos en los que muchos habaneros buscan hoy el modo de gestionar los frijoles a cuenta y riesgo, amparados por un estatus legal.
Lo preocupante no es que aumente la oferta de algunos servicios y productos dentro de un mercado que durante decenios mantuvo sus vidrieras como paisajes lunares, sino que tal aumento de la oferta no se corresponda con algún avance, por ínfimo que sea, en las posibilidades de la gente para comprar. Y aún preocupa más que las cifras de trabajadores dedicados a los servicios se eleve en forma notablemente desproporcionada con respecto a las de quienes producen.
Con licencia de los genios de la economía y con perdón de los optimistas en estado puro, no capto la ventaja que pueda reportar que nos lancemos masivamente a vender, digamos, dulces, si a la vez no aseguramos con igual entusiasmo las producciones de azúcar o de harina, y si, para colmo, ofertamos miles de variedades en un mercado con sólo unas pocas decenas de reales compradores.
Podría estar equivocado, pero visto el asunto desde este ángulo, el florecimiento excesivo de pequeñas tarimas de vendedores (en las que, dicho sea de paso, casi todos se dedican a vender lo mismo) recuerda cierta jugada del dominó.
Hay jugadores inexpertos a los que no les interesa nada más que salir rápidamente de las fichas “gordas”. A la primera oportunidad, sin reparar en cálculos ni en las mañas que son propias del juego, sueltan el doble nueve o cualquier ficha con los dígitos más altos, no con la idea de ganar, sino porque al saberse perdidos de antemano, quieren que sean menos las ganancias del que gane.
Tal vez esa sea la estrategia de nuestros caciques, quienes podrían estar asumiendo el incremento de vendedores de dulces y quincallería como una forma de quitarse de encima el doble nueve del desempleo, y no para ganar, porque saben que el único triunfo posible depende del incremento productivo, pero sí para ganar tiempo perdiendo menos puntos, sin que les importe trancar el juego.
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