LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -Durante su prolongadísima estancia en el poder, los castristas se han empeñado en describirnos la etapa republicana como una especie de prehistoria, como un prólogo sin otro valor que servir de punto de referencia para poner de manifiesto las incomparables ventajas del actual sistema.
Se supone que lo anterior sea cierto en todos los casos. Pero cuando se aborda alguno de los temas predilectos de la propaganda oficial, los plumíferos y cotorrones del régimen se enardecen. Esto ocurre con la educación o los deportes, pero de modo especial cuando se trata de la salud pública.
Lo creado durante el último medio siglo se une aquí a la manipulación más grosera. Los hospitales surgidos realmente en el interior del país (¡para algo tenían que servir los decenios de mantengo soviético!), se amalgaman con vulgares ardides que sirven para engañar a forasteros, jóvenes e incautos.
Como soy habanero viejo, no me trago el cuento del “gran número de hospitales” creados en la capital “durante la Revolución”. Sé que muchísimos de ellos eran clínicas mutualistas particulares, y el nuevo régimen, en lo fundamental, se limitó a apropiarse de ellas y cambiarles el nombre (¡que en eso sí no hay quien les ponga un pie delante a estos comunistas!).
De aquellos tiempos pretéritos —que nuestro pueblo, con ironía, llama “la época de los malos”—, recuerdo las clases de Anatomía, Fisiología e Higiene, en las que recibíamos información sobre males exóticos, de los que se hablaba sólo para aumentar la cultura general de los educandos. Impactaban las imágenes de algunos pacientes, como los aquejados por la elefantiasis; leíamos con asombro sobre la mosca tse-tse y la enigmática enfermedad del sueño.
A los estudiantes de los años cincuenta del pasado siglo, aquellos padecimientos nos parecían una cosa remota, algo totalmente ajeno a nuestras experiencias vitales. Y en verdad lo eran, pues en toda mi niñez y juventud jamás escuché de algún compatriota que sufriera esas extrañas dolencias.
Esto mismo era válido para el beri-beri, enfermedad carencial propia de asiáticos alimentados a base de puro arroz. ¡Quien hubiera podido pensar entonces que, al cabo de los años, muchos infelices encerrados en las cárceles del castrismo caerían aquejados por ese mal!
¿Y qué decir del dengue? Mis compañeros de estudios y yo nada sabíamos en la práctica sobre esa dolencia. De hecho, yo sólo la había oído nombrar en el estribillo de una alegre tonada dominicana: Mucho trabaja el buey manso/porque nunca le dio el dengue./Por eso nunca me canso/de bailar mi buen merengue.
También en este caso el régimen de Castro suplió la omisión; la enfermedad desconocida se asentó en nuestra tierra. De modo intermitente hay brotes —en ocasiones con ribetes de epidemia— y nunca faltan casos aislados. No obstante, la prensa oficialista jamás informa al respecto (¡no hay que ahuyentar el turismo!). Las campañas de propaganda aluden sólo a la eliminación del vector, nunca a la presencia del mal entre nosotros.
En días recientes, similar situación se confronta con el cólera. La última epidemia nos afectó en los años ochenta del siglo XIX, y el caso más reciente databa de mediados de la pasada centuria. Se especula que los médicos cubanos que ayudaron a combatir el brote en la vecina Haití son quienes lo introdujeron en Cuba.
Los medios oficialistas, como papagayos, repiten una y otra vez la misma versión, que habla de poco más de centenar y medio de afectados; el número de fallecidos se mantiene inalterable en tres (por cierto, sin dar nombres, lo que viabiliza hipotéticas manipulaciones). Sobre todo, se evita mencionar la mala palabra (“cólera”) y se da preferencia a alambicados eufemismos: “brote epidémico de transmisión hídrica”, “enfermedades diarreicas agudas propias del verano”.
Reconocen la presencia del padecimiento “en otras regiones del país”, pero aclarando que se trata “de personas que se infectaron en Manzanillo”. No especifican qué efectos ha tenido la difusión de la terrible dolencia a esas otras zonas del territorio nacional. La Viceministra del ramo se niega a responder preguntas sobre el tema. Tal parece que quieren aplicar el título castellano de una simpática película francesa de hace varias décadas: “Sólo cuenta la salud”.
En el ínterin, la aguerrida prensa independiente brinda pormenores que difieren bastante del cuadro rosado descrito por el Granma y el Noticiero Nacional de Televisión. Se reporta la cifra de “al menos quince muertos”; también se afirma que, para enmascarar la real magnitud del problema, en los certificados de defunción se consigna, como causa de la muerte, la “insuficiencia respiratoria aguda”…
A las otras tantas que ya padece el cubano de a pie, ha venido a sumarse una calamidad más. ¿O será mejor decir “un nuevo logro de la Revolución”?