LA HABANA, Cuba, septiembre, 173.203.82.38 -En las celebraciones del 90 aniversario del Partido Comunista de China (PCCH), el presidente Hu Jintao volvió a dar la voz de alarma sobre el avance de la corrupción a todos los niveles de la sociedad y el gobierno.
Eso fue hace un año, pero el problema no se detiene. Ahora, próximos a inaugurar el XVIII Congreso del PCCH, el asunto vuelve a la palestra como algo imposible de atenuar a pesar de las medidas impuestas, incluida la pena de muerte para los altos funcionarios que incurran en delitos de esta naturaleza.
El relajamiento de la disciplina partidista es un hecho fuera de cualquier duda. Una vez más queda demostrado que las unánimes poses de fidelidad ideológica, tan propias del unipartidismo, son construcciones ficticias que tratan de ocultar la realidad que nada tienen que ver con la ética y el decoro.
En Cuba proliferan hechos similares. La corrupción se extiende desde los estratos más pobres de la sociedad hasta los más encumbrados. En esta ola de daños no solamente económicos, sino también sociológicos, participan funcionarios de alto rango del partido, el gobierno y las fuerzas armadas.
A medida que el gobierno “socialista” le abre las puertas al capital, para tratar de salir del estancamiento, se desarticula el andamiaje retórico e ideológico que justifica un modelo improductivo, basado en leyes comprobadamente utópicas.
Este es uno de los motivos que explican la alargada pausa del presidente cubano Raúl Castro a las medidas aperturistas, que no creo lleguen a alcanzar la dimensión que la nomenclatura china ha permitido desde que comenzó las transformaciones económicas a finales de la década del 70.
La tentación de enriquecerse a toda costa, sin importar los procedimientos, mata cualquier vestigio de honradez. Esta palabra es hoy en Cuba una reliquia, cada vez más escasa en un contexto en el que predomina la ilegalidad como vía principal para el lucro o la supervivencia. El cohecho, el tráfico de influencias, los desvíos de recursos del estado y el descontrol administrativo son cotidianos en todo el territorio nacional.
Al igual que sucede en China, los castigos para ponerle coto a la situación no resultan suficientes. Nuevos casos continúan surgiendo, sin que se vislumbre la solución.
Si le es tan complicado al gobierno de la Isla disminuir el número de casos de corrupción, es lógico que Raúl Castro lo piense más de una vez para ampliar sus reformas económicas.
Un reajuste de las leyes de inversión extranjera para viabilizar la entrada al país de empresas foráneas, es impensable por el momento. Es casi seguro que la irrupción de grandes capitales dispararía la corrupción y pondría en mayors aprietos a los jerarcas del partido y el gobierno. Los pasos en este sentido serán muy discretos.
Todo el aparato político-ideológico quedaría expuesto a un mayor desprestigio. Los comunistas convencidos o los que aparentan serlo, son piezas fáciles ante las seducciones del dinero del “enemigo”.
China es un ejemplo de lo difícil que resulta acabar con la plaga de la corrupción. La élite verde olivo sabe que ni fusilando han podido los chinos detenerla. ¿Aumentará el rigor de los castigos en Cuba? ¿Se acabará la moratoria en cuanto a la pena de muerte, frente a la imparable corrupción? Nunca se sabe.
Lo cierto es que los castigos impuestos hasta el momento no incluyen a todos los corruptos. Hay un sector intocable que desde hace tiempo vive de la corrupción y la inmoralidad, sin que se cuestione el origen de sus fortunas.