LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -El velorio del tío de Juan Ávila, vecino del reparto Los Pinos, en Arroyo Naranjo, le costó más dinero del que ganaba en un mes.
Su tío se aquejaba de un dolor muy fuerte localizado en la zona de los riñones, y en tres ocasiones los galenos le diagnosticaron cólico nefrítico. Juan lo encontró inconsciente en el piso de la sala, la tarde del 25 de noviembre.
Las pruebas en el cuerpo de guardia del Hospital Nacional detectaron una hemorragia en la región abdominal, y lo trasladaron con urgencia al salón de operaciones. Allí descubrieron que el origen de sus dolores no eran los cólicos, sino un aneurisma muy avanzado en la arteria renal. Murió de un paro cardíaco antes de salir del salón.
Sus dos hermanas dispusieron que no se le realizara la autopsia, y que llevaran el cuerpo lo antes posible para la funeraria de Arroyo. Como era una familia muy reducida, le asignaron la capilla más pequeña, a pesar de que eran aún los únicos clientes de esa tarde. Las hermanas hablaron con el responsable para ocupar una más grande, pero éste les dijo que no, porque quizás más tarde velaran familias más numerosas.
Cuenta el sobrino del muerto que se llevó aparte al funcionario y le puso un billete de 50 pesos en la palma de la mano: “Tírame el cabo, compadre”, le rogó. Así quedó zanjado el problema de la ubicación del difunto.
Aunque la nueva capilla era más grande que la anterior, también era más calurosa. De los tres ventiladores sólo funcionaba uno. El sobrino fue otra vez en busca del responsable, pero en la Oficina de la Administración le informaron que acababa de salir para la funeraria de Calzada y K.
Le pidió a la joven que lo atendió que al menos le cambiara un ventilador. Ésta le contestó muy apenada que estaba terminantemente prohibido hacer esos cambios. Juan sacó otro billete de 50 pesos: “Tírame el cabo, cariño”, volvió a rogar. A los pocos minutos el encargado de la limpieza trajo dos ventiladores y se llevó los rotos para otra capilla.
Ahora sólo faltaba el problema de las flores. Juan quería que su tío tuviera un velorio florido, con muchas coronas, pero el florero de comunales le aclaró que la cuota establecida era dos coronas por muerto: “Tírame el cabo, mi viejo”, rogó por tercera vez, de nuevo con la ayuda de un billetico de 50.
Satisfecho ya por haber solucionado todos los problemas con celeridad, se arrellanó en uno de los sillones. Pero a media noche su tía victoria le dijo llorando que el tío estaba sangrando por la nariz y se estaba hinchando.
De vuelta en la Oficina de la Administración se encontró a la tripulación del carro fúnebre. Ellos le aclararon que eso ocurría por no haberle realizado la autopsia en el hospital, y que si querían seguir con el velorio tendrían que enviar el cuerpo a la morgue de calzada y K para que lo prepararan: “Figúrense, es el único lugar donde hacen eso. El proceso puede tardar bastante porque todos los muertos que van para provincia los preparan allí”, concluyó el chofer, con expresión de pena en el rostro.
Juan comprendió enseguida la ¨pena¨ del chofer. Le quedaban nada más que cien pesos en el bolsillo y hacía sólo dos días que había cobrado, pero no era ahora que se iba a detener. Cincuenta y cincuenta comprometieron a la tripulación a agilizar los trámites. A la hora y cinco minutos ya estaban de vuelta con el cuerpo, y la familia pudo continuar velando al difunto sin más inconvenientes.
Juan dice que el solo no puede arreglar el problema de la corrupción en Cuba, y que si tiene que volver a sobornar no dudará en hacerlo. Lo único que lo apena es saber que ya aquí no se respeta ni a los muertos.