LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -En las últimas semanas se ha agravado en Siria el enfrentamiento que desde hace años se desarrolla entre el régimen y quienes se le oponen. La permanente masacre desatada por las fuerzas leales al presidente Bachar El Assad —actual cabeza de la dinastía— ha cobrado ya más de cien mil vidas humanas. Crece el número de los refugiados que tratan de salvar su existencia en precarios campamentos ubicados más allá de las fronteras.
El último acontecimiento que ha intensificado el interés por la tragedia del mencionado país árabe fue el uso de armas químicas que ocasionaron la muerte de más de un centenar de ciudadanos. El empleo de este nuevo método de exterminio ha despertado la merecida atención de la opinión pública internacional. La misma Organización de las Naciones Unidas ha tomado cartas en el asunto, enviando expertos que deberán rendir su informe en breve.
Como era de suponer, la postura asumida por los gobiernos extranjeros se ha ajustado a los intereses geopolíticos de cada uno. En Occidente, la reacción general ha sido de repugnancia y condena ante lo que —según todo indica— constituye una escalada brutal en la represión feroz que el régimen de Damasco ejerce contra su propio pueblo.
No obstante, en esa parte del mundo las posibles muestras concretas de solidaridad se ven detenidas —o, al menos, demoradas— por la natural renuencia de los pueblos y gobiernos democráticos a verse envueltos en un nuevo conflicto bélico contra otro tirano más. Varios parlamentos se han involucrado en la toma de decisiones al respecto.
Por su parte, Rusia, que tiene en las costas sirias su única base naval en el Mediterráneo, apoya de mil modos a su gran aliado El Assad. En Latinoamérica, los estados que gravitan alrededor del llamado “socialismo del siglo XXI” respaldan, sin muchos remilgos, al régimen del mencionado país árabe, que junto al Irán de los ayatolas integra el dúo de los grandes enemigos de Estados Unidos en la región.
En el caso específico de Cuba, su Ministerio de Relaciones Exteriores emitió a principios del presente mes una Declaración sobre el tema. En ella expresa “profunda preocupación” por la decisión anunciada por el presidente Obama de tomar represalias contra el gobierno sirio. El MINREX habanero insta también al Secretario General de las Naciones Unidas a “involucrarse directamente” en el asunto.
Es presumible que el Consejo de Seguridad de la ONU no logre tomar una decisión al respecto. La tendenciosa declaración cubana lo atribuye a “la preeminencia de los Estados Unidos en dicho órgano”, pero la causa verdadera es la postura recalcitrante de Rusia (apoyada en este asunto por China), que veta cualquier medida que afecte a su aliado querido. En vista de lo anterior, el documento oficial del régimen de La Habana opina que a la Asamblea General de la ONU “también le compete la responsabilidad de detener la agresión”.
Al parecer, los jurisconsultos castristas, puestos a escoger entre la política y el derecho, optaron por la primera, e hicieron caso omiso del artículo 12 del tratado fundacional de las Naciones Unidas, que establece con claridad: “Mientras el Consejo de Seguridad esté desempeñando las funciones que le asigna esta Carta con respecto a una controversia o situación, la Asamblea General no hará recomendación alguna sobre tal controversia o situación, a no ser que lo solicite el Consejo de Seguridad”.
En el ínterin, altos funcionarios de Rusia, al igual que los publicistas que apoyan la actuación del gobierno sirio, afirman que es un absurdo atribuir a las autoridades de Damasco la responsabilidad por el uso del armamento químico. Con ese fin aducen que ellas son las primeras perjudicadas por este nuevo giro en los acontecimientos.
De este modo dejan en pie, como única explicación posible de lo sucedido, que el empleo de las sustancias prohibidas haya provenido de los propios rebeldes. Habida cuenta de que los cadáveres pertenecen a amigos, familiares y vecinos de estos últimos, esta afirmación resulta mucho más absurda que lo que se pretende negar.
Esto me recuerda la conocida polémica sobre la identidad de William Shakespeare, tras cuyo nombre, según algunos, se esconde Christopher Marlowe. El problema es que este último autor murió en una riña tabernaria cuando aún no habían aparecido muchas de las obras atribuidas al bardo del Avon. Esto provocó el mordaz comentario de uno de los impugnadores de la teoría: “El principal argumento para considerar que Shakespeare era en realidad Marlowe es que el primero estaba vivo, mientras el segundo era ya cadáver”.
De manera análoga, podríamos ahora parafrasear: La demostración de que las armas químicas fueron utilizados no por El Assad, sino por sus opositores, es que los muertos los han puesto estos últimos.