LA HABANA, Cuba, septiembre (173.203.82.38) – En horas de la noche de aquél primero de mayo de 1961, mientras una artillería de palabras de grueso calibre se disparaba contra Estados Unidos, fue derribada a por orden de Fidel Castro, el águila de bronce que coronaba el monumento al Maine, situado en el malecón de La Habana.
Sobre el pavimento quedó el ave destrozada. Algunas de sus partes, rotas en pedazos, se convirtieron en piezas de museo en la Habana Vieja. Pero la cabeza, la parte principal de su cuerpo, era recogida horas después por un alto funcionario norteamericano de la Embajada de Estados Unidos en Cuba, sede donde se ha guardado desde entonces.
Esta magnífica obra del arquitecto Félix Cabarrocas había sido inaugurada el 8 de marzo de 1925 en homenaje a las 260 víctimas del acorazado Maine, cuando éste hizo explosión en la bahía de La Habana, el 15 de febrero de 1898.
Horas después de la explosión, Carlos López, un humilde pescador cubano, vecino de la calle Santa Rosa, en el pueblo de Regla, encontró la bandera del acorazado flotando en las aguas de la bahía, la llevó al Consulado General de los Estados Unidos y la entregó a Fitzhugh Lee, en aquellos momentos Cónsul General de Estados Unidos en La Habana, quien lo felicitó por su gesto bondadoso y solidario a través de una carta que la familia de López guardó toda la vida.
El águila del Maine, que lucía sus alas en pleno vuelo, no era el símbolo imperial que perpetuaba la opresión imperialista, como han señalado el gobierno y la prensa estatal cubana tantas veces, sino un ejemplo a seguir por nosotros, aguiluchos empeñados en volar como ella, inmaduros, fanáticos, incapaces de saber gobernar hasta nuestra propia casa.
¿Acaso, tal como las nubes que presagian tormentas, el águila del Maine nos quería anunciar con su caída grandes peligros para Cuba?
¿Acaso nos quería decir lo mismo que Dios: Cuando te veas en situaciones difíciles, haz uso de las alas que la vida te ha proporcionado para luchar?
El águila es la reina de las aves, la que vuela más allá de la mirada humana. Una representación de la libertad y la belleza.
Somos muchos los cubanos que queremos ser como el águila, que hemos seguido su rastro en el aire, y tenemos como meta tenerla de nuevo frente a las aguas de la bahía habanera, no sólo como un atractivo turístico, sino para que su buena sombra nos cobije. La tendremos de nuevo allí, tal como se la vio durante muchos años, siempre con la vista fija hacia la libertad.
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