LA HABANA, Cuba, marzo (173.203.82.38) – A Paula se le murió la madre hace tres años. Fue una muerte inesperada. La señora, aunque vieja, estaba fuerte. El infarto masivo no dio tiempo siquiera a acostumbrarse a la idea. Hoy estaba y mañana no. Tampoco hubo testamento y nada quedó escrito. Siempre se dijo, que los bienes de la señora quedarían en manos de su única hija, Paula.
Al cabo de tres años Paula no se había recuperado de la muerte de la madre, por lo que creyó que permutar su casa, cambiar de aires, podía ser una salida a su dolor. Se puso de acuerdo con una amiga para realizar la permuta, y cuando ya estaban listas para presentarse en la oficina de la vivienda, comenzaron los líos burocráticos.
Primero, que si Paula debe pasar la casa a su nombre; de lo contrario, no tiene derecho a mover ni un clavo del lugar donde nació; que tiene que legalizar su estatus en la vivienda; que si debe buscar testigos y presentar el acta de defunción de la madre, el título de la casa, su inscripción de nacimiento, y los pagos pertinentes.
Todo estaba más o menos bien hasta ese momento. Son cosas de las que no se escapa. Sin embargo, Paula tiene que correr porque le comunicaron que hay papeles que se vencen y uno de ellos es el acta de defunción, que ya lleva en su poder dos años y medio.
¿Cómo puede vencer un documento de este tipo? Porque una persona solo se muere una vez. En el programa Al derecho, que retransmiten los sábados a las cuatro de la tarde, han explicado en más de una ocasión que no hay tal vencimiento, pero los abogados siguen insistiendo en que cada cierto tiempo hay que validar las defunciones y las actas de nacimiento.
¿A quién creer? ¿Cómo se puede escapar de los mecanismos endemoniados de la legalidad y la burocracia cubanas?
Paula se desgasta entre las oficinas del Instituto de la Vivienda, del carné de identidad y los bufetes colectivos. Y sabe que si tuviera el dinero para pagar por debajo de la mesa cada gestión, ya estuviera todo resuelto, hasta la permuta.