LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -Literalmente escribo entre el acoso de al menos dos docenas de mosquitos. Casi por puro milagro logro concentrarme para hilvanar los párrafos de este artículo.
Desde hace varias semanas, el número de esos vampiros en miniatura, ha crecido en espiral. A ciencia cierta no sé cuál o cuáles son los motivos para la inusitada proliferación de esta especie de insectos, entre los que se encuentra el Aedes Aegypti, uno de los transmisores del mortal virus del dengue.
Digo esto, porque la frecuencia de las fumigaciones en calles y hogares ha aumentado. Es decir que, o el humo que echan los artilugios utilizados con este fin ha perdido su efectividad por razones que desconozco, o los mosquitos han mutado a especies más resistentes.
Mi vecina, una anciana de más de 80 años, se lamenta que en las noches apenas puede conciliar el sueño, debido a las picaduras y el aleteo que siente en los bordes de las orejas.
Su drama empeora, al tener que darle un uso limitado al ventilador. No por el ahorro en el consumo de electricidad, sino por las crisis de asma que padece desde su años juveniles. El destartalado equipo debe estar girando y al mínimo de la velocidad, para que no le provoque una de esas crisis.
“Si no me matan los mosquitos con el dengue. Voy a morir de tanta fumigación”, asegura a menudo en un tono airado.
De muy poco han servido las campañas para crear conciencia entre la ciudadanía sobre la necesidad de eliminar todo lo que pueda convertirse en depósito para las larvas.
La indiferencia reina entre una población que se desmarca de todas las reglas inherentes a la civilidad. Tal actitud es consecuencia de una combinación de factores acumulados en el tiempo, entre los que descuellan el deformador paternalismo estatal y la homogeneización, a ultranza, de la sociedad con su estela de desvalorizaciones de la ética y la moral hasta niveles nunca vistos.
Ver los tanques de agua destapados dentro de cualquier casa, o botar el agua sucia de un cubo hacia la calle por el balcón, o comprobar que La Habana es hoy una ciudad bañada por centenares de riachuelos de aguas “potables” y albañales, mata las esperanzas de que se logre reducir la proporción de mosquitos por habitante.
La obligatoria necesidad de acopiar agua en diversos recipientes, a causa del irregular servicio, es algo que confirma lo lejos que estamos de una solución.
Es imposible cerciorarse casa por casa de que se cumpla lo recomendado por los organismos de salud y las autoridades del partido comunista en cada municipio.
El hombre nuevo cubano, formado por el socialismo, sobrevive entre la mugre de la pobreza institucionalizada, la ilegalidad para comer y vestir, el alcohol y el sexo para ahogar sus penas; mientras sueña cómo irse del país. Todo lo demás, es secundario.
Por estos traumas sociológicos, estoy a merced de los mosquitos; concluyendo este artículo entre manotazos en las canillas y auto abofeteándome como un demente.
Para mayor desgracia, el ventilador es un arma que no puedo utilizar para espantarlos, porque el constante aire batiendo en mi rostro me ha causado faringitis en varias ocasiones.
En medio de este asedio, solo me queda desear que ninguno de los vampiros que me atacan tenga en sus entrañas el virus del dengue.