LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -El comentario general en las calles de La Habana, durante los últimos días del pasado año, fue aproximadamente este: “El 2012 se fue en blanco y el 2013 viene caliente”.
Hay expectativa y miedo con respecto al futuro inmediato, ese que implica directamente a las esperanzas y el bolsillo del cubano de a pie.
El Estado se está declarando en quiebra de un modo gradual pero obvio. Cada reforma visibiliza un renglón de su abultado e histórico libro de ineptitudes. Mientras tanto, la transición mental continúa su avance en el inconsciente colectivo, como lógica premisa para la transición
política.
La ley del mercado se convierte en la más eficaz herramienta para el gradual desmontaje de medio siglo de castrismo. Se acabó la diversión, llego la guadaña y mandó a parar. La mayoría de los “históricos” la están viendo venir, fría, impersonal e inevitable en las manos de su muerte política. Para un régimen totalitario marchar hacia la apertura económica es como plantar en su cabeza un revólver y jugar a la ruleta rusa, sin decir que es rusa.
Pero hay pocas opciones y también poco tiempo. Siempre cabe la posibilidad de que la bala delante del percutor sea de salva. Si alguien todavía no se enteró de que “Papá Estado” le quitó la escalera y lo dejó agarrado de la brocha, que por su bien despierte y trate de amortiguar la caída.
Al pie de nuestro árbol de los deseos, los cubanos sumamos anhelos y temores. Cada cual formula uno o varios sueños de su cosecha personal. El que trabaja sin descanso buscando el sostén suyo y de su familia, ruega que no le falte salud y suerte mientras pide el respiro de un poco de prosperidad.
El gerente pide que no le descubran el desfalco que sostiene su precaria bonanza. El jugador de la “bolita” sueña con lograr un “parlé” y así recuperar el dinero y el tiempo perdidos. La madre pide lo mejor para sus hijos. Una hermosa chica pide un “Yuma”(extranjero) que la saque de la pobreza y del país. El dueño de un pequeño negocio ruega que un rayo parta por la mitad al inspector que lo extorsiona. Un comunista reza por el regreso de la “época feliz”, mientras busca algo servible en el basurero de su historia. Un “disponible” (cesante) siente el vértigo de la libertad, aunque todavía el grillete le aprisiona el tobillo.
Todos hacen y esperan. Todos, cada cual a su manera y desde su pedacito, quieren otro país, porque este no es el que soñaron sus padres y tampoco es el que quieren para sus hijos. A medio camino entre el árbol de los deseos y el muro de las lamentaciones, transcurre la vida de la mayoría.
El muro de las lamentaciones lleva la marca de los años transcurridos y las lágrimas por tantos muertos en nuestra historia de violencia y con tantos desaparecidos en el mar. En silencio, cada cual llega a su muro y lo raspa con una llave, marcando un surco tras otro, con la esperanza de atravesarlo y ver la luz. Nadie se atreve a golpearlo, porque tiene miedo de ser, a su vez, golpeado. Sabemos que el muro se tambalea, que está cada vez más decrépito, y que solamente lo sostienen nuestra desidia y nuestro miedo. Cada año, la deuda con nuestros deseos y anhelos es mayor, y también es mayor la probabilidad de que se derrumbe el muro.
“A lo mejor para el año que viene se extingue el quebranto y la sonrisa dará luz a rostros que en sombras se tienen”, suena la voz del sonero Isaac Delgado en la distancia de hace casi veinte años. Ahora, los de entonces, ya no somos los mismos. Hay hambre de luz acumulada. Hay mentes, corazones y brazos dispuestos a crear riquezas. Pero crearlas no para alimentar la megalomanía “internacionalista” de un sátrapa demente, sino para legar un país mejor a los que están por nacer.