LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – “Cuba importará de Ecuador rosas, arroz partido, tabaco negro y rubio, hilos de algodón, en 2011” -según la información de la agencia EFE.
Eso me ha hecho recordar al delegado de mi barrio, cuando, en octubre pasado, propuso sembrar girasoles en el solar yermo de las calles 17 y 306, en Santa Fe, al oeste de La Habana.
“¡Girasoles, muchos girasoles!”, expresó entusiasmado el delegado frente a un escéptico grupo de vecinos, que lo miraba impasible, como si aquel hombre estuviera delirando.
Han pasado cuatro meses de aquella exhortación eufórica, y el marabú sigue creciendo en el solar, a la vista de todos los que pasan por allí. Creo que sólo yo me acuerdo de los girasoles.
Acostumbrada como estoy a las locuras del socialismo castrista, me pregunto si la noticia de que importaremos rosas de Ecuador le dará al delegado la nueva idea de sembrar rosas, en lugar de girasoles, en el solar de la calle 17. Quizás emocionado, en poético trance revolucionario, exclamará como Juana de Ibarbourou: “¡Prodigio! Mis manos florecen. Rosas, rosas a mis dedos crecen”.
Yo ya he visto las rosas ecuatorianas, espléndidas, blancas, rojas, amarillas, erectas sobre sus tallos sin espinas, y hasta con el rocío de las mañanas ecuatorianas, bien envueltas en brillante papel celofán. Son tan bellas que tal vez por eso soñé que había comprado una y la veía en el florero de mi sala. En mi sueño, estaba orgullosa de tener una rosa azul, importada de Ecuador.
Pero, volví a la realidad: las rosas sólo están en las tiendas recaudadoras de divisas y cuestan casi dos dólares cada una, más de lo que gana un médico por un día de trabajo. No conozco a nadie que pueda comprarlas; quizás todas terminen adornando las casas de nuestros gobernantes, o como delicado regalo a sus amantes.
Yo sólo puedo soñar con ellas, como el delegado soñó con los girasoles.
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