LA HABANA, Cuba, septiembre, 173.203.82.38 -La Oficina del Historiador de La Habana quiere salvar una de las joyas más preciosas del patrimonio cultural de la Isla, el cementerio de Colón. Desde hace unos ocho años se mantienen las obras de restauración, que comenzaron en la iglesia. Actualmente, la Oficina está concentrada en la Zona de Monumentos de Primera Categoría, que es la faja de ocho manzanas adyacentes a la Avenida Cristóbal Colón, la cual se extiende desde la Puerta Norte hasta la Capilla Central. Esta es la zona de mayor distinción honorífica del cementerio, donde se erigen monumentos de gran valor artístico y arquitectónico, como el Monumento de los Bomberos (terminado en 1897), y se hallan los restos de los héroes Máximo Gómez, Calixto García, el poeta modernista Julián del Casal, y los presidentes de la República José Miguel Gómez, Alfredo Zayas, y Carlos Manuel de Céspedes (hijo).
El cementerio de Colón, construido entre 1871 y 1886, necesita de muchos recursos para su rescate y conservación. Su deterioro ha sido manifiesto: al igual que las viviendas de la ciudad, algunos techos de capillas han colapsado, y en general, muchas tumbas han sufrido daños severos, a causa del abandono de sus antiguos propietarios, la erosión climática, y el poco caudal que tienen sus propietarios actuales para financiar una restauración. Es por eso que la Oficina del Historiador ha destinado una parte de su presupuesto y de sus especialistas para el arreglo de sus monumentos más valiosos, que incluye hasta la sustitución de placas de mármol.
Lamentablemente, la administración del centro no goza de autonomía para su gestión empresarial. La Necrópolis depende de la empresa de Servicios Necrológicos, ésta se subordina a la de Servicios Comunales, y Comunales se rige por el Poder Popular Provincial. Esta jerarquía impide que el centro tenga una cuenta bancaria independiente, de la cual pueda extraer el dinero que necesita para sus labores de mantenimiento y restauración. Además, esta cadena invalida la posibilidad de que pueda recibir donaciones del extranjero, pues todos los fondos van a parar a una cuenta única. Las asignaciones monetarias no alcanzan ni siquiera para cubrir los gastos de la administración, y parecen una limosna. En las oficinas hay muebles viejos, computadoras rotas, y la información que se guarda en la computadora que está funcionando, corre el riesgo de perderse. Y ni soñar con Internet. Más grave aún es la situación del Archivo, que debe trabajar todos los días del año, y conserva –a la buena de Dios– los documentos originales del cementerio. Si los volúmenes más antiguos de los Libros de Enterramientos, y de los Libros de Protocolo (donde se asientan los contratos de propiedad), caducaran, desparecería con ellos una parte de la memoria histórica de la nación. Afortunadamente, algunos han sido digitalizados, pero la mayoría –de los más de 720 libros–, debe esperar un milagro.
La Oficina del Historiador de la ciudad abrió allí el año pasado unas aulas con el fin de preparar a los especialistas que se ocuparán de restaurar el patrimonio de esta ciudad fúnebre. La carrera especializa en el trabajo de la piedra. El segundo curso inicia en septiembre. Debe recordarse que una de las carreras que se instauraron en la Universidad de San Gerónimo de La Habana, inaugurada en el año 2006, es la de Preservación y Gestión del Patrimonio Histórico-Cultural.
Otra de las medidas que se han tomado para revertir la decadencia del sitio, es la contratación de los vigilantes de SEPSA, que operan allí desde hace unos tres años, y han ayudado a frenar el saqueo de obras funerarias que laceraba a la necrópolis. Gracias también a las búsquedas del Departamento Técnico de Investigaciones (DTI) de la policía, con la asesoría de los especialistas del centro, se han logrado recuperar en los últimos dos años más de 83 piezas que habían sido robadas del camposanto. Algunas fueron encontradas en un restaurante de Varadero, un hotel de La Habana, o un almacén de bienes incautados. Pocas han sido devueltas a su espacio original, sólo cuando sus herederos han logrado demostrar que esa pieza pertenecía al sepulcro de su familia. La mayoría de las piezas, por falta de imágenes históricas o documentos probatorios, han terminado en la Sala de Arte Funerario, creada en el 2003 como una especie de museo local, y en los jardines que rodean al nuevo crematorio.
El nuevo crematorio funciona desde hace unos tres años, y por ahora, sólo incinera los restos de los cuerpos que han sido exhumados. Suele quemar entre 10 y 20 diarios. La combustión de los cadáveres debe hacerse en la necrópolis de Guanabacoa. Aunque no tiene un origen cristiano, es una costumbre que va ganando popularidad entre los nativos, y es una solución ecológica que aminora el ritmo de hacinamiento del terreno. Por ejemplo, la Galería de Tobías –una cripta de 95 metros, que fue la primera gran obra funeraria construida en el cementerio, y donde el primer cuerpo inhumado, en 1872, estando aún inconclusa, fuera el del joven arquitecto español Calixto Aureliano de Loira y Cardoso, quien con su proyecto “Pallida Mors…” ganara el concurso de diseño del nuevo cementerio, y fuera nombrado director facultativo de su construcción– tiene hileras de urnas a lo largo de su túnel, y se apilan hasta los escalones de su puerta oriental.
El cementerio está lleno de historias curiosas, tristes, admirables, y aun fantásticas. Voy a contar una, de estos tiempos. Marta, una bella cristiana de ochenta años, viuda, va a trabajar todos los días, y se queda, con su pierna de úlcera extendida, hasta las cinco de la tarde. Vive sola, aunque tiene un familiar que la visita a menudo, y la ayuda un poco. Trabaja siempre, cuidando la Sala de Arte Funerario; no recibe almuerzo. Gana algo más de 300 pesos cubanos al mes (unos 15 dólares).
El cementerio fue declarado Monumento Nacional en febrero del 1987. Y poco después vino el Período Especial. Por eso, no quiero dibujar visiones penosas –pero debe haber un mínimo de responsabilidad. Algunas capillas parecen haber sido arrasadas en su interior, otras funcionan como closet y recinto privado de los sepultureros, o como un cuarto de herramientas, materiales, e incluso un mini-taller de los obreros; hay árboles creciendo entre las lápidas, y sobre las cúpulas; el panteón de la Viuda Gurruchaga, en la plaza noroeste, ha sido convertido en un depósito de tanques de basura –aunque parecen vacíos–, y lo profundo de las fosas (cuando llega a verse) es la imagen más lograda para describir el caos. Prefiero contar la esmerada poda de los jardines principales, el esplendor de los mármoles y bronces recién lustrados, y la belleza inefable de sus estatuas, que dan deseos de besarlas, o de postrarse de amor a sus pies. Prefiero alabar a quienes luchan por restituir el encanto de sus monumentos, a quienes mitigan el dolor y elevan la esperanza de las familias dolientes, con una misa, y a todos los que hacen que, aun en medio de la muerte, sigamos recordando el gusto por la belleza de la vida.
Probablemente, éste sea uno de los rarísimos lugares en Cuba donde un nacional tiene más derechos que un extranjero, y vale más, porque no tiene que pagar su entrada. Los entierros son gratis, y solamente debe abonarse por la custodia y el espacio que ocupan los osarios.
Los cubanos debemos sentirnos orgullosos del Cementerio de Colón, pero hay mucho que hacer todavía. En el campo, no sólo yacen restos humanos, debajo de hermosas estatuas, sino que yace el testimonio de ricas y variadas sociedades civiles, que existieron a lo largo de más de un siglo. Hay clubes, logias, sindicatos, asociaciones, gremios, uniones, sociedades de beneficencia, colonias, federaciones, colegios, órdenes religiosas, y comunidades, que fueron algún día el centro de una identidad. Hay mucha historia que exhumar todavía. ¿Quién, que no sea un historiador, o un culto sacerdote, podría saber los méritos del Obispo Fray Jacinto, el cual da su nombre a la avenida que cruza el cementerio de este a oeste, o sabe de Catalina Lasa, Jeannete Ryder, Manuel Arteaga y Betancourt, y la familia Gómez Mena? Muchos quedan en el olvido, y ya no hay dinero para eternizar bellas historias de amor, fidelidad, heroísmo, o devoción.
Ojalá llegue pronto la democracia –o la hagamos venir–, y podamos rendirle tributo a los muertos, rescatando la herencia de sus obras. Primero, debemos recuperar la dignidad de los vivos, y creer que tenemos la honra suficiente, para merecer algo mejor.