LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -Una de las características que más me impresiona de nuestros compatriotas exiliados es el interés que muestran —y de manera sistemática, no eventual— por las cosas de Cuba.
A pesar de residir en países desarrollados, no olvidan su pobre tierra de origen, y hacen lo que pueden para aliviar el destino de los que sufrimos bajo el régimen totalitario castrista. La mayoría ayuda a sus seres queridos, pero otros apoyan también a personas que no conocen personalmente.
Los que respaldan a la disidencia interna actúan de diversos modos, pues, con la excepción de la Fundación Nacional Cubano Americana, que apoya de múltiples maneras, las organizaciones de exiliados suelen tener líneas de trabajo diferentes.
Así, Ángel d’Fana y sus Plantados brindan ayuda monetaria a los presos y ex presos políticos; los órganos de prensa realizan la importantísima labor de transmitir las informaciones que no pueden difundirse en Cuba; Bernardo Fuentes Camblor envía paquetes de ayuda humanitaria; y los del Proyecto Infantil llevan un poco de alegría a una parte de la doliente niñez cubana. Son sólo algunos ejemplos.
Porque hay que decir que, a contrapelo de lo que afirma la propaganda oficialista, el conjunto de los exiliados anticastristas no se dedica a disfrutar de opíparos banquetes, estancias en hoteles de cinco estrellas, ni viajes en primera clase a parajes exóticos de la geografía mundial, sufragados con los recursos destinados a la lucha.
Por otra parte, la generalidad de los demócratas cubanos, en Cuba y el Exilio, está consciente de que la actividad opositora dentro de la Isla no es posible teledirigirla desde el exterior, financiando y aupando sólo a los pocos que se presten a cumplir órdenes, e ignorando a quienes rechacen semejante mangoneo.
Si alguien abrigara tales aspiraciones, constituiría una rara excepción, una mera anécdota. Lo importante es lo otro: el sincero amor a Cuba y el apoyo desinteresado que brindan los más.
Entre éstos se cuenta el compatriota Ramón Saúl Sánchez, motivo central del presente trabajo por su iniciativa de conducir una flotilla de yates de exiliados hasta las inmediaciones de las aguas territoriales cubanas, en solidaridad con el movimiento opositor interno, entre el viernes y el sábado pasados.
El asunto mereció dos páginas en el Granma del día 9. Como es usual entre los propagandistas del castrismo, los gacetilleros atacan a su adversario, pero sus desinformados lectores sin acceso a información independiente ignoran a qué viene tanta virulencia, pues los escribidores, entre otros muchos temas, mencionan de pasada “las flotillas”, pero omiten toda referencia concreta al episodio del fin de semana, motivo inmediato de su irritación.
Dejando a un lado las sucias campañas propagandísticas del régimen, hay que decir que los esfuerzos de los miembros de la escuadrilla no se vieron recompensados con el éxito. Pese a las nostálgicas remembranzas de los tripulantes que pudieron columbrar en lontananza las luces de la capital cubana, no se cumplió el propósito de hacer llegar un mensaje solidario a la generalidad de los habaneros.
El clima no acompañó a los expedicionarios: La lluvia y las fuertes marejadas asociadas a un frente frío despejaron el extenso Malecón con más efectividad que los agentes represivos del gobierno militar.
Supongo que no sea fácil convocar un evento como ése de un día para otro, pero parece recomendable que en futuras ocasiones se escoja un tiempo cálido y sereno, cuando la avenida costera esté repleta de capitalinos deseosos de refrescarse. Ojalá nuestros hermanos obtengan entonces el éxito que merecen.
Salvando las distancias, puede decirse que a la flotilla le sucedió algo parecido que a la famosa Armada Invencible de Felipe II, víctima también del mal tiempo frente a las costas británicas; un hecho histórico que motivó el melancólico comentario del monarca español: “No envié mis barcos a luchar contra los elementos”.
En el ínterin, los demócratas cubanos de la Isla, con el valioso apoyo del Exilio, continuamos nuestra lucha pacífica por la libertad, a menudo a un alto precio, como el que al momento de redactar estas líneas están pagando, en las cárceles del régimen, cubanos grandes como José Daniel Ferrer García y Ángel Moya Acosta.