LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -Lamentablemente, Raúl Castro se presentará este 26 de julio, en Ciego de Ávila, por primera vez como monarca absoluto, exhibiendo ya -como Primer Secretario del Partido Comunista- todo el control de Cuba, y rodeado de una legión de leales.
La inmensa mayoría de los cubanos ya conoce al nuevo Rey y sabe de antemano que su discurso no traerá nada más que la tradicional retórica revolucionaria que para este luctuoso día ha reservado el régimen a su pueblo desde su entronización, en 1959.
El General que, a causa de la incapacidad física de su hermano, se convirtiera en 2006 en el número uno, comenzó a tejer las redes de la sucesión el 26 de Julio de 2007, en Camagüey. Ese día, en una tribuna en la tierra del Mayor, el ya octogenario benjamín de los Castro, presidió por primera vez este importante acto -quizás el más importante- de la liturgia castrista, honor reservado siempre al Máximo Líder.
En contraste con las interminables y aburridísimas diatribas anti imperialistas a las que nos tenía acostumbrado su hermano mayor, el nuevo monarca pronunció una alocución relativamente corta y aparentemente pragmática en su contenido, pero con la mira centrada en afianzarse en su papel como heredero del régimen que ayudó a instaurar y mantener, hasta ese momento siempre como segundón.
En su debut camagüeyano, Raúl Castro proclamó la necesidad de cambios estructurales y de concepto, con lo cual despertó las esperanzas de especialistas y analistas de todo el planeta -siempre más que dispuestos a ver cambios y buenas intenciones en cualquier guiño de la dictadura- cuyos cerebros calenturientos se dispararon a toda máquina intentando predecir el nuevo rumbo de la Isla cautiva. Incluso, algunos llegaron a pronosticar el comienzo de la perestroika tropical y el fin del comunismo en Cuba.
Hoy, lejos están las expectativas creadas inicialmente, que hicieron pensar a algunos incautos que finalmente se rompería el maleficio de medio siglo. Los cuatro años de gestión del sucesor han despejado las incógnitas y dejan mucho que desear.
En el orden político, los “cambios” no van más allá de una astuta maniobra de descompresión, cuando, en busca de legitimidad internacional y la eliminación del la Posición común europea, Raúl Castro, tras negociaciones con el gobierno socialista de Zapatero y, supuestamente, la Iglesia Católica del Cardenal Jaime Ortega, liberó –más bien, desterró- a un grupo de presos políticos y sus familiares, entre ellos los restantes del grupo de los 75. A lo anterior se puede añadir la discreta firma -sin informarle al pueblo cubano y sin la posterior ratificación ante las Naciones Unidas, que aún está pendiente- de los Pactos Internacionales de Derechos Civiles y Políticos, Económicos Sociales y Culturales.
En el orden económico, el General no ha emprendido las verdaderas transformaciones que necesita Cuba para su reconstrucción; sólo la ridícula despenalización de un grupo de actividades laborales que nunca debieron estar prohibidas; lo cual ha dado paso a la promoción del “timbirichismo cuentapropista” como política económica, algo con lo que ya había coqueteado la dictadura en los años 90, como medida desesperada para evitar la catástrofe que se le avecinaba por la terrible crisis del Periodo Especial, provocada por el fin de los subsidios de la extinta metrópoli soviética.
Estas tibias reformas ahora se ciñeron a las prioridades del Sexto Congreso del Partido Comunista, dedicado además, al análisis de unos insípidos lineamientos que para nada contemplan la posibilidad de librarnos de la intolerancia de los comunistas y, muchísimo menos, enrumbar la nación hacia un verdadero estado de derecho.
Algunos, dentro y fuera de Cuba, imaginaron que el Sexto Congreso sería el escenario ideal para una catarsis, un mea culpa en que los comunistas pidieran perdón a la nación por su incapacidad de gobernar durante medio siglo y por haberla destruido. Tristemente, no fue así. El congreso de los rojos solo sirvió para proclamar al nuevo monarca, que estará este 26 de julio, ya por cuarta ocasión, presidiendo ese ritual encaminado a mantener la sumisión del pueblo, que, como suprema broma cruel y de mal gusto, dicen ellos que conmemora el “Día de la rebeldía nacional”.