LA HABANA, Cuba, diciembre (173.203.82.38) – La rana toro, así nombrada por su fuerte croar parecido al bramido del toro, fue fuente de proteína en la dieta popular durante las dos primeras décadas de castrismo.
El batracio de aspecto repulsivo, tan extraño en la cocina tradicional cubana, ganó relevancia en la gastronomía por el rico sabor de las ancas fritas, parecido al pollo. Tuvo mucha demanda en restaurantes y entre algunas amas de casa, a cuyos maridos les gustaban crujientes, como chicharrones de puerco.
La cría artificial en estanques fue importante fuente de trabajo para mujeres y hombres. Todavía se pueden ver algunas las cisternas excavadas junto el río Tarará, en Habana del Este, aunque hace muchos años que no albergan ranas. Nadie sabe exactamente cuándo, ni porqué desapareció la industria de la rana.
Cantidades significativas de ancas congeladas se exportaban, principalmente a Japón. La remembranza de la época dorada de la rana toro viene al caso debido al descubrimiento reciente de dos especies de ranas pequeñísimas, endémicas del macizo montañoso oriental del parque Alejandro Humboldt, según estudio del Instituto de Ecología y Sistemática de Cuba, y la Universidad Técnica de Braunschweig, Alemania, publicado en Biology Letters, de la Royal Society.
Las ranitas encontradas, de las especies Eleutherodactylus iberia y Eleutherodactylus orientalis, que miden entre diez y trece milímetros, son venenosas. Rareza zoológica, porque entre las más de 6 mil especies sólo se conocen cuatro grupos que almacenan veneno en la piel.
Dos generaciones de cubanos no conocen la rana toro, casi extinguida de los ríos y espejos de agua. Ni siquiera ha sido vista en parques zoológicos, o disecada en el Museo de Ciencias. El paladar tampoco ha saboreado su carne, pero todavía se escuchan relatos sobre la exquisitez de ese bocado.
Con tanta necesidad de proteínas que tenemos los cubanos, porque hasta el huevo se nos ha convertido en alimento de lujo, sería importante que las autoridades alertaran sobre el alto contenido de alcaloides liposolubles, muy tóxicos, en la piel de las ranitas del Parque Humboldt.
Se debe evitar que las nuevas generaciones de cubanos las confundan con la rana toro, de la que no se conocen tamaño ni forma, e intenten preparar con estas recién descubiertas ranas, enanas y venenosas, algún “arroz con misterio”.