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Quien acepta la censura termina siendo censor

Ernesto Santana ZaldívarErnesto Santana Zaldívar
martes, 24 de julio, 2012 12:02 am
en Articulos
Quien acepta la censura termina siendo censor
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Los sesenta años de Pedro Luis Ferrer

Entre los creadores de nuestro país, difícil sería encontrar a uno tan singular como Pedro Luis Ferrer: un artista de una contribución sostenida a la música popular cubana en los últimos cuarenta años; que, no obstante, fue ruidosamente silenciado en nuestros medios masivos cuando alcanzaba su madurez como creador, sin que eso haya podido menguar su desarrollo ni su inventiva; que asombrosamente ha mantenido intacta su popularidad sin dejar de ser fiel a su conciencia ni a su arte y que, para más inri, sigue viviendo en Cuba.

Aunque su formación fue más autodidacta que académica, estudió guitarra con Leopoldina Núñez, solfeo con Juan Elósegui, orquestación con Adolfo Guzmán, canto con Danilo Orozco e incluso recibió clases de guitarra de Jesús Ortega en la Escuela Nacional de Arte. Muy joven aún, estuvo en cuartetos como Los Nova, Los Dada, Los Dimos y Tema IV, y en el grupo Los Francos, además de formar un efímero dúo con Sara González. Según propia confesión, la mayor influencia en sus primeros tiempos como solista fue Atahualpa Yupanqui (“lo imité por mucho en la composición”), pero también ha dicho lo decisivo que resultó para su formación la obra de Carlos Puebla y de Silvio Rodríguez. Sin embargo, fue una suerte haber tenido cerca, en su natal Yaguajay, entre otros, a un hombre como Eduardo Martí, “un enorme tocador de guitarra y tremendo tresero también, que nunca quiso irse para La Habana”. Recuerda Pedro Luis Ferrer que, tras sus primeras apariciones en la televisión, cuando iba de visita allá, se burlaban de él porque, “para ellos, salir en la televisión era una especie de rebajamiento. Eran muy irreverentes y eso me marcó mucho. A Eduardo Martí le propusieron contratos para ir a tocar en muchos lugares y jamás salió de Yaguajay. A ellos lo que les importaba era hacer buena música, tocar bien y ser felices”, cuenta en No me voy a defender, un documental rodado en el año 2000 por Ismael Perdomo.

Y hacer buena música, cantar y tocar bien y ser feliz fue siempre también la dedicación de Pedro Luis Ferrer. Según Danilo Orozco, en el Diccionario Enciclopédico de la Música Cubana, en su obra “se dan referentes de los modelos y códigos expresivos del centro de la isla, reinsertados en un amplio espectro de procesos asimilados en su creatividad individual”, y es “un guitarrista virtuoso que, sin embargo, no abusa de ese recurso”, caracterizado por “su peculiar ‘nasalismo’ y la naturaleza de su poderosa y comunicativa voz, por no hablar de las canciones-sones y guarachas salpicadas de novedosos contrastes  rítmico-armónicos”.

En 1981 sucedió un verdadero salto en su carrera cuando creó su propio grupo, con el que introdujo una sonoridad muy novedosa. Comenzaron a nacer así los frutos de su ardua formación y de su fértil creatividad, y empezó Pedro Luis a guarachar en grande y su popularidad tocó techo. Pero sabía muy bien lo que estaba haciendo: “los textos festivos de la guaracha se rigen por una lógica histórica, no arbitraria; están determinados en medida considerable por la conciencia festiva histórica. El ingenio del creador cuenta con esa libertad concreta del sentido humorístico del cubano, cuya esencia es diferente a la de otros pueblos de América. El son y la guaracha tienen su propia poética y para evaluar su calidad y desarrollo debemos situarnos dentro de su lógica histórica esencial”. No conforme con renovar la guaracha —género que Miguel Matamoros, Ñico Saquito y Carlos Puebla, entre otros, habían elevado a la cumbre de la música cubana—, entró con la llave correcta lo mismo en la conga, el guaguancó, la canción, la música campesina o el son como en la música de concierto, dejando siempre su inconfundible marca personal en cada labor.

Según Margarita Mateo (escritora y académica hoy, antaño fundadora del Movimiento de la Nueva Trova), hay una zona de su creación que retoma una fuerte tradición de la música popular, uno de cuyos centros “es ‘el diablillo del choteo cubano’, como nombró Fernando Ortiz a esta actitud típica del cubano. Ya sea a través de guarachas, de movidos sones, de las denominadas por él ‘changüisas’, u otras formas musicales, Pedro Luis incorpora a sus textos muchos de los códigos del choteo en la burla crítica y sancionadora del entorno social, lograda a través de la palabra riente y tendenciosa, los juegos con el lenguaje, los vocablos de doble sentido y toda una amplia gama de recursos que establecen un diálogo constante con la realidad social cotidiana, captando el costado jocoso y risible de su acontecer”. En cuanto a la guaracha, para él sería imposible hacerla sin los coros. “No es lo mismo”, dice en el documental de Perdomo, “no me da placer cantar una guaracha con una guitarra nada más”. Y precisa: “El contenido del tumbao de un bajo es tremendo… Y lo que hace el tres. Son aportes a la festividad de la guaracha”.

De pronto, en los primeros ochenta, con poco más de treinta años, el artista triunfador que viajaba el mundo pareció echar su éxito por la borda y suicidarse para la cultura oficial. Ocurrió sencillamente que, en un viaje que hizo al exterior, le respondió a un periodista lo que pensaba. Sus palabras resonaron como una bomba. Si Pedro Luis Ferrer está muy claro en lo que dice con su música, la nitidez de lo que dice como simple ciudadano es similar. ¿Qué artista cubano que viva en el país se atreve a hablar (como hizo él en una entrevista con Reinaldo Escobar para la revista Consenso en 2005) “de un diseño totalitario que tiene su propia velocidad, como la tuvo el fascismo con Mussolini o el nazismo con Hitler o el totalitarismo comunista con Stalin? Unos se mueven más a la derecha o más a la izquierda. No puede haber caudillismo sin caudillistas y la censura está entronizada en el diseño mismo del estado”. Y, para que no quedaran dudas: “Uno de los resultados de este entramado es que, mucho más allá de la censura, todo esto que estoy diciendo aquí puede ser catalogado fácilmente como un acto de disidencia. Pero al disidente lo creó el totalitarismo”.

En esa entrevista, comenzó diciendo que “en primer lugar, quiero agradecer a la revista Consenso porque ningún periodista de los órganos oficiales se atreve a venir aquí a hacerme una entrevista, como si uno padeciera de la peste o como si no existiera. Es estimulante ver que ustedes hayan decidido hacer otra cosa y no hayan aceptado sumisamente ese nivel de obediencia que se ve en el periodismo cubano de estos años y que lo hayan hecho con moderación, porque en la contención está la verdad”. Habló también de por qué se consideraba un “emigrante eventual”: viviendo en Cuba, se gana la vida trabajando fuera del país, ya que, si no, no podría comprar equipos y ni siquiera repararlos. Sin embargo, confiesa que “preferiría ganar ese dinero en Cuba”, pero no puede hacerlo debido a “muchas disposiciones, o mejor dicho, indisposiciones administrativas”. Y define: “La gente no se convierte en emigrantes económicos solo cuando se marchan para siempre de Cuba, sino que muchos también somos emigrantes económicos aun cuando vivimos aquí”.

En cuanto al tópico de la “cubanía”, en su conversación con Escobar, demuestra su llana lucidez cuando asegura: “Yo soy un artista cubano, pero ni siquiera tengo un compromiso estético con el proceso de la cubanía. Yo soy el cubano que quiero ser, siempre lo he dicho, y de la música cubana tengo derecho a decantar lo que me interesa y lo que no, y hay muchas cosas que no me interesan. Mi objetivo no es ser cubano porque considero que eso no es una virtud, sino un accidente. La tradición me interesa como un instrumento de comunicación. Pero algo que el pueblo no practica ni atiende ya no es una tradición. El danzón es el baile nacional cubano, pero en verdad ¿quién baila danzón en Cuba?”

Si de algo no hay dudas al hablar de Pedro Luis, más allá de su visceral compromiso artístico, es que está entre quienes procuran un país mejor y es de los artistas que no temen hablar de “política” porque tiene claro que los ciudadanos somos el combustible de la política, que no hay que ser político para opinar de los que quieren, no solo gobernarnos, sino decirnos qué tenemos que pensar. Pero tampoco se cree excepcional: “Yo no soy gordo solamente. Soy un hombre trigueño también, tengo barba, me gusta comer. Por eso, calificar a una persona de disidente es como decir que solo te dedicas a eso”. Y puntualiza: “Disentir es la cosa más natural del mundo. Lo que pasa es que el término se usa peyorativamente en un medio donde lo más natural es que siempre se diga que sí, aun cuando estés pensando que no, en un ambiente de hipocresía”.

Fiel a su maestro en Yaguajay, no se ha doblegado a la seducción de los medios masivos, sobre todo la televisión, pues sabe bien que siempre hay una diferencia entre la imagen que se divulga y lo que es en realidad el artista, e incluso se atreve a aseverar que “ellos te ponen y te quitan cuando les da la gana, pero eso no quiere decir que tú dejas de hacer música, que tú dejas de pensar. Nunca me he considerado un hombre prohibido porque nunca me he prohibido a mí mismo”. Sin embargo, pocos músicos han podido, como él, vivir la experiencia de que canciones suyas que jamás han sido pasadas por la radio ni la televisión, sean coreadas en un concierto por dos mil cuatrocientas personas.

Para él no cabe el menor titubeo: si hay canciones que no puede cantar en la televisión, no irá a la televisión, pues: “Martí dijo una vez: Verso, o nos condenan juntos o nos salvamos los dos”. En definitiva, no le resulta fácil entender que aquí haya unas pocas personas que tienen la mayor libertad para decir lo que piensan y otros muchos que no la tienen. “Alguien dijo que ‘nadie sabe el pasado que le espera’. Esta realidad la hemos construido todos juntos”, dice, “y es legítimo deshacer lo que hicimos cuando entendemos que está mal. Hay quien pretende poner las verdades políticas por encima del ser humano, pero yo me niego a eso. Todo lo que atente contra las libertades humanas, contra las posibilidades del hombre de expresarse en todos los sentidos de la vida, en la política, en la economía, la religión, el arte, en todo, y ser feliz, para mí, no está bien”.

En la citada entrevista, pese a todo su buen humor, Pedro Luis Ferrer se reconoce pesimista porque no considera que el futuro sea fácil, aun con el logro de la libertad. “Toda sociedad no está capacitada para transitar por un proceso de diálogo y de respeto a la otredad”. Sus temores parten del presente, porque ahora y aquí se ha entronizado un poder “con una elevada cultura de violencia y mucha ascendencia sobre la sociedad a través del chantaje y de un pasado común de errores. ¿Qué es un mitin de repudio, donde unas personas golpean a otras porque piensan diferente?” Debido a eso, aboga por que en el arte, el periodismo, la literatura, haya personas sensatas con capacidad para hacer reflexionar con objetividad. “Transformar la sociedad requerirá sacrificios, pero también mucha sensatez y mesura. No creo que la transición sea algo que se vaya a hacer, es algo que ya se está haciendo y ha empezado por la mente de quienes se están dando cuenta de todo”.

No es este un hombre que se alimente de amarguras y frustraciones. Por escribir, ha escrito incluso varios cuentos y hasta una novela, pero la música ocupa tanto tiempo en su vida que no ha podido dedicarle a la literatura la concentración que requiere. Aunque “quizás algún día encuentre sosiego para eso”. De todas maneras, sin importar cuánto haya sido apartado de su público natural, reconoce convencidamente que “estos años han sido muy provechosos para mí: he trabajado más que nunca: pienso que he evolucionado para bien”. ¿Cómo dudarlo? Pedro Luis Ferrer puede cumplir sesenta años sin cargos de conciencia, sin necesidad de defenderse, sin dejar de entregarse por completo a su vocación vital, sin defraudar jamás a la mayor parte del incalculable público que sigue con fidelidad su obra pese al enorme muro de silencio.

Y sin callarse nunca. En unas décimas publicadas junto con la entrevista concedida a la revista Consenso, además de los versos quien acepta la censura / termina siendo censor, concluye con otros más incómodos: La censura es el poder / que puede no divulgarte / y no le importa ni el arte / cuando trata de vencer. / La censura es Lucifer / y el que trata con el diablo / termina usando el vocablo / que está en boga en la caldera, / saludando la bandera / que se impone en el establo.

ETIQUETAS: artecensuradisidenciamúsicaPedro Luis Ferrer
Ernesto Santana Zaldívar

Ernesto Santana Zaldívar

Ernesto Santana Zaldívar Puerto Padre, Las Tunas, 1958. Graduado del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona en Español y Literatura. Ha sido escritor radial en Radio Progreso, Radio Metropolitana y Radio Arte. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Distinciones obtenidas: Menciones en el género de cuento de los concursos David, de 1977, y Trece de Marzo, de 1979; premios en los concursos Pinos Nuevos, de 1995, Sed de Belleza, de 1996 (ambos en el género de cuento), Dador, de 1998, (proyecto de novela) y Alejo Carpentier, de 2002 (novela), Premio Novelas de Gaveta Franz Kafka, de 2010, por su novela El Carnaval y los Muertos

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