LA HABANA, Cuba, diciembre (173.203.82.38) – Como todo pasa en esta vida, la dictadura castrista no podría ser la excepción. En alguna fecha que parece próxima, a juzgar por cómo andan las cosas por la patria, a los hermanísimos pronto no les quedará más remedio que hacer los bártulos, subir a los aviones cargados de dinero, y el negro ciclo del castrato pasará a ser, para millones de cubanos, un recuerdo.
Como aquí nadie sabe cómo va a terminar este drama, y en el caso de los disidentes tenemos menos posibilidades que los demás de “hacer el cuento”, me adelanto (por si las moscas) a dejar una propuesta a quienes en su momento guiarán la nave a mejor puerto.
Hace tiempo escribí sobre la necesidad de perpetuar en un conjunto estatuario un imperecedero recordatorio a las víctimas del régimen, en especial los niños del remolcador 13 de marzo. Con esto no estoy soslayando la memoria de los masacrados en el yate Rio Canímar, ni de otros. Muchos, si juzgan mi propuesta sin terminar de leerla, pondrán el grito en el cielo cuando sepan que también incluyo una estatua a los dos hermanos. Y bien cerca de la otra.
¿Demente? ¿Cínico? ¿Contradictorio? ¿No vale la pena seguir leyendo sandeces? Permítaseme terminar. Pudiera argüirse que la construcción de obeliscos a víctimas y victimarios los iguala, y sería casi imposible esgrimir un argumento contundente en su contra, pero el quid está en la tarja.
Una breve frase, las letras remedando gotas de sangre, impresionarían al más insensible de los hombres: Los monstruos de Birán. Y si alguien se sintiera molesto u ofendido con mi propuesta, puede ahorrarse injurias y amenazas. Ya pesan bastante sobre mi persona.