LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -Sobre las vistas de Hanoi, ciudad próspera con gran enjambre de vehículos, alejada de la decadencia y los atestados carritos tirados por hombres y bicicletas, que se veían no tanto tiempo atrás, la periodista de la televisión cubana narraba que allí, en 1966, Raúl Castro había asegurado a Ho Chi Minh el apoyo irrestricto a la lucha contra la agresión de Estados Unidos. Entonces Fidel Castro declaró que por Viet Nam estábamos dispuestos a dar hasta nuestra última gota de sangre.
Indudablemente se sentía admiración por el pueblo de los anamitas, tan bellamente descrito por José Martí en la Edad de Oro. Cuando las informaciones eran muy controladas, en la familia teníamos un gran secreto y mucho temor, ya que un primo mío muy cercano, capitán de un barco mercante que llevó aún no sé qué ayuda, estuvo resguardado largo tiempo en un puerto vietnamita bombardeado por los norteamericanos. En fin, nunca podré saber bien, pues el falleció en un accidente, en Cuba, hace tiempo.
Viet Nam y Estados Unidos, miles de muertos de ambas partes de por medio, no solo establecieron relaciones diplomáticas, sino que hasta realizan maniobras militares conjuntas. Cuba y Estados Unidos mantienen la confrontación, sin guerra, pero con un enclenque embargo comercial de 50 años. Nuestro pequeño archipiélago está destruido sin que hayan caído sobre él bombas ni napalm, sino por la incompetencia y el voluntarismo para preservar el poder absoluto de unos pocos.
Los dirigentes vietnamitas han demostrado que nuestro Martí tenía razón al mostrarnos la inteligencia y laboriosidad de ese pueblo. Hace apenas dos décadas empezaron los grandes cambios, desde el retiro de los ancianos y el límite al ejercicio de los cargos públicos, hasta la acelerada reforma económica. Hace años Viet Nam dona arroz a Cuba. Sus expertos llegaron para aprender a cultivar café y, como dijera Raúl Castro, ahora no comprenden como su país es uno de los mayores exportadores mundiales, mientras el nuestro se ha quedado sin cafetales e importa una cantidad que no cubre el consumo racionado, por lo que se mezcla con otros granos traídos a más bajo costo.
El presidente de Cuba viajó a Viet Nam el 7 de julio para una visita oficial de cuatro días. Los periódicos describían el escenario: “Extensos campos sembrados de arroz, construcciones de techumbres rojizas, edificios –estrechos y poco elevados unos, imponentes otros- cientos de motociclistas, comercios…son algunas de las imágenes que poco a poco se perciben a ambos lados de las calles y avenidas recorridas por la caravana… Siete años atrás tuvo lugar la anterior visita de Raúl a esta nación a la cual nos unen entrañables lazos de hermandad…”.
En el reportaje de la televisión se escuchó a Raúl Castro expresar su interés por conocer los cambios efectuados, aunque seguramente está muy al tanto, pues del 9 al 12 de abril pasado su actual anfitrión Nguyen Phu Trong, secretario general del Partido Comunista, visitó Cuba acompañado por una gran delegación, compuesta por un miembro del Buró Político, un vicepresidente, el canciller y los ministros de Industria y Comercio, Planificación e Inversiones, Agricultura y Desarrollo Rural, Finanzas, y Construcción. Asimismo, muchos dirigentes cubanos han visitado Viet Nam y expertos de ese país cooperan en programas de desarrollo agrícola, principalmente el cultivo del arroz.
Las intenciones del estadista cubano deben haber estado centradas en la ayuda económica, al igual que durante su estancia previa en China, donde empezó el actual periplo. Sin embargo, las relaciones de mayor alcance están basadas en compromisos comerciales, que las empresas tienen que cobrar y los Estados solo pueden financiar con créditos limitados, que Cuba no paga y tienen que renegociarse. Ese eterno método cubano no sirve en el mundo actual, menos aun cuando las posibilidades de financiamiento por Hugo Chávez se constriñen.
Las experiencias de las reformas de ambos países podrían serle de utilidad a Raúl Castro, sobre todo en la forma de cómo implantar la economía “socialista” de mercado y motivar a la población con incentivos monetarios o propiedad privada para que produzca, manteniendo un severo control político. El escollo fundamental para cualquier reforma parece estar en el aferramiento al poder ejecutivo de los ancianos cubanos, renuentes siquiera a permanecer en la sombra, como hiciera Deng Xiaoping, con puño férreo. Por cierto, descalificado recientemente por Fidel Castro en una innovadora Reflexión, por breve y enigmática, aunque provocadora, poco antes de la visita de su heredero a Pekín. ¿De regreso, Raúl Castro moverá algo en la Asamblea Nacional o aprovechará el acto por el 26 de Julio?…Pero hechos no más palabras.