LA HABANA, Cuba, marzo (173.203.82.38) – Como es habitual en estos casos (¡son tan predecibles “esta gente”!), algunos estaban seguros de que en el tan insistentemente anunciado capítulo “Los peones del Imperio”, de la serie “Las razones de Cuba” (¡vaya título pretencioso!) destaparían a algunos topos de la Seguridad del Estado infiltrados en la disidencia interna. Pues bingo: cuando pasaron el programa en la noche del sábado 26 de febrero, destaparon a dos: Moisés Rodríguez y…redoble de tambores y fanfarria de la orquesta sin maestro del circo Pubillones-Ringling-Castro Brothers. ¡Taratatán! Compañeros y compañeras, ante ustedes ¡Carlos Serpa Maceira!
Al tal Moisés Rodríguez lo vi sólo una vez, en mucha mejor forma física, hace más de 11 años, en noviembre de 1999 –no recuerdo si antes o después que se efectuó la Cumbre Iberoamericana en La Habana- cuando cubrí una reunión de líderes opositores, sentados en sillitas plásticas en su sala, en el intento infructuoso de ponerse de acuerdo. El tipo vivía cerca de Calabazar, en una encantadora casa, muy cerca de la perrera del Ministerio del Interior. Supongo era el lugar ideal para él.
Pero faltaría a la verdad si niego que me pilló de sorpresa que Carlos Serpa, tan combativo y que tanto gritaba por Radio Martí, fuera el otro topo. Como tantos en la prensa independiente, muchas veces sentí lástima por Serpa. Tanto que lo reprimía la policía política. Tan pequeñito, tan flaquito que parecía un pionerito. Quién hubiera supuesto que en realidad, aunque pesara menos que un comino el hombrecillo, era un micro-policía.
Muchos comentaban que Serpa era malísimo como periodista, pero muy valiente y laborioso. Escribía reportes infames, llenos de errores ortográficos y faltas de concordancia, para Misceláneas de Cuba, pero todos estábamos dispuestos a perdonárselos porque acudía a todas las marchas de las Damas de Blanco, para reportarlas a Radio Martí en vivo y en directo. Por radio se esmeraba más que por escrito, sólo que exageraba el dramatismo. Ahora sabemos de dónde sacaba tanto brío y valor.
En cuanto a disparates, incultura y falta de calidad, no tenía que esforzarse mucho, porque era bruto natural. Lástima que no faltarán quienes digan que todos los periodistas independientes son tan boniatos como él. Esa es precisamente la jugada. Allá el que la quiera creer.
Carlos Serpa nos explica ahora por televisión cómo se prepara una campaña mediática contra el gobierno cubano, con la misma vocecita de pito con que hablaba por Radio Martí y unos ademanes sacados de aquel programa Sector 40 de cuando él aun no había nacido, que no convencen ni a la abuelita de la Caperucita ¡Como si fuera difícil y hubiera que inventar para denunciar los abusos y las barbaridades, que de tan cotidianas y rutinarias, aburren!
El objetivo del programita televisivo protagonizado por Serpa, reforzado con conversaciones por teléfonos pinchados y cámaras y micrófonos no tan ocultos (¿para qué el ocultamiento si todos sabemos que vivimos en un estado policial?) es no sólo desacreditar a las Damas de Blanco y los periodistas independientes, sino aumentar la desconfianza y la paranoia, el “aquí no se sabe quién es quién”, no sólo entre los disidentes, sino entre todos los cubanos. ¿Cuántos subnormales, con el policía que les sembraron en el alma, no repiten a coro la pendejada de que “esta gente se las sabe todas”?.
Hablando de topos sembrados en el periodismo independiente, llama la atención la diferencia abismal entre el agente David (Manuel David Orrio) y las pocas luces del agente Emilio (Carlos Serpa). ¡Cuánto ha decaído el Departamento de Seguridad del Estado en estos últimos años! ¿No tendrán topos un poco mejores? ¿Tendrán razón, también en esto, los aseres de mi barrio cuando dicen que no hay más ná?
En los últimos meses, Serpa desapareció. Fue como si se lo hubiera tragado la tierra. Decían que había sufrido un infarto y que estaba muy delicado, en Nueva Gerona. Y todos sentíamos mucha lástima por él. Pero ahora que lo sacaron de la madriguera para interpretar el guión televisivo que le escribieron sus jefes (visita a la celda del Comandante en el Presidio Modelo incluida, cerca de su casa en Gerona, porque no había combustible para llevar al topo a pasear al cuartel Moncada o la granjita Siboney), la lástima es mayor. Imaginamos cómo se sentirá. Tal vez el infarto, de ser cierto y mortal, habría sido preferible. ¡El Pobre topito! Ahora que no sirve para chivatear, nene, ¿qué va a ser de ti?